viernes, 23 de noviembre de 2007

Al final del viaje...

Una persona amó y fue su infierno, la otra nunca lo hizo y fue su condena...

Pausa

… …

… … …

He logrado una pausa…

… …

Una que ha detenido el mundo…


Como un beso congelado en los labios…


… …

El mundo se detiene entre el cauce
de un beso lejano y el reloj esperando…

A que haya una pausa...


… …

Una larga pausa que detenga el movimiento…




Sólo un beso tiene tal fuerza…


… … …
El tuyo…

El nuestro…
… … …

Logré hacer una pausa
y detener el tiempo…
… …

Sin beso… Sin tu cuerpo…
… …

… … … … El río está seco

… …No fluye el agua, sólo el tiempo…

… … …

¿Cuánto tiempo tardé en realizar un verso
que hablara del último beso?

… … …

El tiempo que tarda en tomar una pausa…
… …

La pausa del tiempo que instala un beso…
… … …

Y sólo es eso…
… … …

Un beso perdido en la pausa del tiempo...

En la miseria de encontrarte de nuevo…

… … … Y en una pausa… … …

Darte un beso.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Alas Negras



Una persona amó y fue su infierno, la otra nunca lo hizo y fue su condena...


Era de mis mejores alumnos, un chico que realmente ponía a prueba mis conocimientos; lo apodé “Black Bird”, pues su mente volaba como pájaro, y lo de negro… Pues, creo se lo puse para que sonara un tanto misterioso, y también para darle cierto empuje con sus compañeros de clase para que él pudiera sociabilizar más. Era un chico retraído, aunque nunca me falló en clase, siempre notaba en él cierto cansancio; le pregunté el por qué de su constante agotamiento cuando llegaba a la escuela, el solía decir que venía de un pueblito muy pero muy pero muy lejano… No indagué más en su respuesta, su sonrisa ligera hizo que mejor me ocupara de mis propios asuntos.
Todos mis alumnos eran especiales, yo era encargado de enseñar a un grupo selecto de jóvenes genios; cada uno tenía su propia preocupación por el mundo; uno de ellos siempre decía que encontraría la manera de comprobar la existencia del destino y las coincidencias matemáticamente, tomando como patrones la rutina de las personas, y así, desenmascararía el mito de la existencia de Diós; otro de ellos intentaba estructurar el lenguaje perfecto, sin ambigüedades, para que todos los hombres del planeta pudieran entenderse y abandonar aquella “Torre de Babel” en que el ser humano era sometido; otro más, decía que estaba descifrando la conducta del cerebro y, encontrando qué puede hacer si éste llega a toda su capacidad, aseguraba que, si el cerebro se comunica a través de impulsos eléctricos, y, a sabiendas de que nuestro cerebro trabaja ni a la cuarta parte de su potencia… Si llegara a explotar toda la potencialidad, no sólo podría leer las mentes, sino matar a una persona tan sólo con el pensamiento, e incluso, cambiar ciertos factores ambientales. Otro de mis alumnos se dedicaba a descubrir todos los secretos de la Cábala, decía que por medio de ésta uno podía resucitar muertos y curar todas las enfermedades terminales del ser humano, tal y como lo hacía Jesús. Pero Black Bird, él iba más allá de ellos, él estaba descubriendo la fórmula para cambiar la genética del hombre para que éste tuviera alas; yo pensé que la razón era lograr a un humano perfecto que tuviera otra herramienta más con su cuerpo, pero, cuando me dijo el propósito de su objetivo, me sorprendí, pues lo hacía para ver a las estrellas más de cerca, volar con los cisnes del lago próximo a su casa pero, sobre todo, para hacer menos tiempo de su casa a la escuela, el día que me lo dijo yo sonreí, mientras él, enojado, me aseguró que esas eran las razones principales y que lo tomara en serio, pues yo no tenía que recorrer kilómetros y kilómetros de distancia en bicicleta para poder tener acceso al estudio.
Una tarde uno de ellos me preguntó cuál era mi proyecto, yo respondí que era para encontrar el modelo ideal educativo para gente como nosotros; con el tiempo descubrí que era para llenar mi vacío interior, pues había pasado tantos años leyendo, experimentando y escribiendo que me había olvidado de encontrar el amor, y que mi pretensión con ellos era hacerles sentir ese amor que sólo un padre o cualquier persona le puede brindar a otra.
Pasó el tiempo, cada uno de mis alumnos encontraba cosas grandes, algunos de los resultados encontrados en el aula eran dados a diferentes gobiernos del mundo para su progreso, solían pagarnos con todo el material que quisiéramos, no importaba nada más.
Algunos de esos aportes fueron, respectivamente, por ejemplo, un sistema de control en todos los vehículos para reducir los accidentes al 99.9% en todas las comunidades del mundo, mediante un dispositivo instalado en cada motor y/o eje; la creación de un discurso de paz que, tras la tercera guerra mundial, las naciones en todo el mundo no han vuelto a pelear en los últimos veinte años; la vacuna para evitar el cáncer en médula y cerebro a través de los minerales y agua; la cura para el SIDA mediante el manejo de la energía astronómica; y el más importante, el descubrimiento total, con todo y variaciones orgánicos e inorgánicos y de carga genética del mapa del genoma humano, que sirve para erradicar las principales causas de muerte en el mundo y la depresión en todas las personas para evitar el suicidio. Para cuando esto sucedió, todos ellos tenían entre veinticinco y veintisiete años.
¿Se han preguntado en qué momento de la vida uno despierta y a partir de ahí, todo se sale de control? Pues, tuve la experiencia hace nueve años con mi querido alumno “Black Bird” (B. B. le decían sus compañeros).
Todos nosotros manteníamos una relación de amor y respeto, convivíamos dieciocho horas juntos, e incluso había días en que trabajábamos tanto que no nos separábamos durante meses. Fue en el invierno, en Navidad para ser precisos, del año 2070 en que algo pasó entre “Black Bird” y su servidor.
Después de la cena y con unas copas encima, cada uno de mis otros alumnos decidió ir a casa para seguir festejando la fecha, pero como B. B. vivía muy lejos, decidió pasar la noche conmigo. Nos encontrábamos plácidamente en el jardín trasero de mi casa, sentados a la orilla de una fuente que hacía se viera acogedor el ambiente… Estábamos entre risas y abrazos cuando B. B. se aventuró a darme un profundo beso en la boca.
No quise responderle en un principio, pero había pasado ya tantos años sin estar en los brazos de una mujer, más el cariño y la admiración que le tenía que… Simplemente le correspondí el beso. Nos fuimos con los labios prensados a la habitación e hicimos el amor como los antiguos griegos… Las cosas se volvieron complejas los días siguientes.
B. B. se había olvidado por completo de sus experimentos genéticos, había enfermado de aquello que llamamos amor; yo trataba de evadir sus miradas, sus constantes “encuentros sorpresivos” en mi oficina, quemaba sus insistentes cartas y… Para mí simplemente había sido aquella noche producto del vino y la locura, todo había quedado hasta ahí, pero para él… Se volvió en su infierno.
Cansado B. B. de mi desprecio, de mi distancia, volvió a sus experimentos sin decir más. Pasó más de un año sin que él me dirigiera la palabra, yo siempre lo veía sentado en el laboratorio, tan lindo, tan concentrado… Pero ya no me atrevía a acercarme, pues temía causarle de nuevo ese sentimiento tan poderoso en el humano, que lo hiciera cegar y dejar las cosas que realmente, en esos momentos creía, importan.
Verano, sí, fue un verano del 2072 que él volvió a dirigirme la palabra. Esa noche entró a mi oficina, me dijo: Señor, no sabe cuanto lo amo… He descubierto la fórmula para que el hombre pueda tener alas… Yo… Seré el primer voluntario humano, pues una vez que obtenga mis alas, me iré volando de aquí, no soporto tenerlo cerca y ser yo para usted indiferente. Nos miramos intensamente durante unos segundos, los más largos de mi vida… Sacó una jeringa de su bolsillo y la insertó directo al corazón.
Me levanté de mi asiento de prisa, el cayó casi al instante… No hallaba qué hacer, tantos estudios y tanto conocimiento y… ¡Yo no sabía qué hacer! Empezó a convulsionarse… Lo tomé en mis brazos, lo llevé a mi habitación, lo guardé en mi cama, mojé un par de trapos y los coloqué en su cabeza; cuando puse uno de los trapos en su frente, él abrió los ojos, me tomó de la mano y la puso en su mejilla, me dijo: amor, no te preocupes, todo estará bien, sólo necesito descansar, gracias. Se puso boca abajo y se quedó tranquilamente dormido esbozando una sonrisa en su rostro.
Yo me quedé frío ante la situación… Apagué la luz, tomé un cobertor de uno de mis cajones y me senté en un sillón que estaba a lado del ventanal de mi alcoba… Estuve mirando la luna, nunca en mi vida había pasado tanto tiempo observándola. De pronto uno de mis muchachos, que estaba trabajando para un proyecto científico esa noche, entró a mi recámara y me dijo: “profesor, tiene que ver esto…”
Bajé a toda prisa con él, algo me decía que nos dirigíamos al laboratorio de mi pequeño B. B. él se adelantó para abrir la puerta… La escena fue impresionante: peces, ranas, ratas y chimpancés con enormes y blancas alas, según su cuerpo; los pequeños volando en el interior de su jaula, los animales más grandes vueltos locos queriendo abrir las alas… Subí angustiado a mi habitación para tomar una muestra de la sustancia que se había inyectado, aunque quien me preocupaba era él; B. B. no estaba en la cama… Recorrí con los ojos toda la habitación y vi la luz encendida del baño, caminé hacia la puerta y toqué para verificar que todo estuviera bien, él dijo que no había problema, que no me preocupara. Le dije que si necesitaba algo estaría en el laboratorio, y dudoso respondió que sí. Bajé a la oficina, tomé la jeringa y me fui al laboratorio.
Lo que había logrado era magnífico, había descubierto la transmutación de aves a cualquier tipo de especie mediante fórmulas complejas que se acomodaban en la estructura del ADN casi al instante. Me di cuenta que el riesgo era mínimo, pues todos los animales habían sido inyectados esa noche y habían obtenido alas a lo largo de seis horas. Todo parecía indicar que su fórmula estaba tan bien ordenada que no habría efectos secundarios, más que el volar.
Miré mi reloj, habían pasado seis horas y quince minutos desde que B. B. se había inyectado… Subí a toda prisa a mi recámara… Mientras subía las escaleras escuché como se rompía y caía un cristal, aceleré mi paso… Abrí la puerta, me quedé pasmado, no había nadie ya, el ventanal estaba roto completamente; caminé entre los vidrios que yacían a lo ancho del suelo, me asomé al cielo… Todo estaba obscuro. Sin creer lo que había pasado, me fui haciendo para atrás hasta llegar a la cama, me senté y, al poner mi mano sobre el colchón, tuve la sensación de tocar una pluma, la agarré con mis dedos y la puse frente a mi vista. Era una larga pluma negra… Viré la cabeza y toda la cama estaba cubierta de plumas negras, las removí y encontré un sobre amarillo con una carta, decía:

“Por fin soy libre, ahora sí puedo ver las estrellas de cerca, ahora sí puedo irme a casa sin cansarme tanto y volar con los cisnes del lago de mi casa; gracias por enseñarnos a ser precisos y, en particular, por mostrarme lo único que la ciencia nunca podrá comprobar con ninguna fórmula: el amor. Te amo.”

Black Bird



No mencioné nada al respecto con mis otros estudiantes, o más bien, colegas. Desde ese entonces siempre me detengo a ver el cielo por las noches, hay veces que creo verlo, hay otras que lo siento mirándome a través del ventanal cuando estoy dormido…
Hace un semana decidí retirarme de la escuela, todos habían logrado lo que se habían propuesto de niños, ya no había más en qué pudiera ayudarles, mucho menos qué enseñarles, me habían superado. Dejé el mando al alumno que estuvo estudiando la Cábala, pues de corazón enorme, ofrecía sus servicios en la escuela a toda aquella persona enferma para curarlos con sus delicadas manos.
Ahora habito en una alejada isla al norte de Europa, en una casita de madera y con un hermoso perro blanco que me hace compañía. Hace tres días, inmerso en mi soledad y ocio, me he dedicado a relatar todas las experiencias que tuve con aquellos chicos geniales… Pero había algo que no me dejaba dormir y que me hacía mirar al cielo constantemente: B. B...
Ayer por la noche salí a dar un paseo por el bosque, recordando aquél momento en que B. B. me había dado aquél beso que cambiaría nuestras vidas… Me detuve a la orilla de un lago algunos kilómetros lejos de mi casa… Sentí un soplo de viento sobre mi cabeza y vi a “Black Bird” reflejado en el agua. Alcé la mirada, me sonrió y dijo: “sabía que me amas”. Se acercó con sus hermosas alas negras y me colocó un largo y tendido beso.
Cuando nos separamos, sólo me sonrió y siguió su vuelo, no sin antes decirme que cada vez que mirara al cielo, sabría que su amor estará cuidándome.
Hoy comprendo que lo amé más que a la Ciencia, y que el amor es la fórmula perfecta para cualquier mal del alma, pero sobre todo, comprendí que él nunca me necesitó como me necesitaban sus otros compañeros, que él sólo quería amor de mí, y por eso fue el primero en levantar el vuelo… Siempre estuvo listo, pues el motor creativo que tenía, era el amor que sentía. Algo, que hoy, en el último día de mi vida, puedo entender a la perfección.