domingo, 21 de febrero de 2010

Carta de vida


Quise bajarte un ramo de estrellas y servirlas en la luna… pero en vez de eso, sólo se me ocurrió lo siguiente:
Quiero tenerte un año como amante, otro como mi pareja, y luego, que una mañana, así sin más, vengas a tocar mi puerta con todo y maletas. Persigo un fin, por supuesto: deseo verme en tus ojos cuando vayas a dormir, cuando despiertes, deseo ser la primera voz que escuches y la última antes de abandonarte al sueño. Despertarte a la mitad de la noche con un beso en los hombros, acariciar tus piernas, penetrarte suavemente, después, cantarte para que vuelvas a dormir. Me gustaría observarte mientras duermes y hasta que tengas los primeros parpadeos. Quiero decirte cuando salga el sol: “¿qué quieres de desayunar?” Y que me esperes en la cama; darte de comer en la boca, verte… escucharte con atención y paciencia lo que quieras decirme.
Sería formidable llegar tarde al trabajo porque preferí bañarme contigo que hacerlo solo, o llegar tarde porque querías estar un rato más conmigo en la cama, o de plano, reportarme enfermo, cuando lo único que queremos es pasar todo el día juntos, es decir, que mi enfermedad sea tu cuerpo y mi veneno para poner de pretexto que estoy intoxicado.
Me gustaría esperarte despierto hasta que llegues a casa, nuestro hogar, si sales tarde del trabajo o porque te fuiste con tus amigas; pero me gustaría más que cuando llegues, sólo me abraces y decirme que te hacía falta y por eso tuviste que regresar.
Necesito, corazón, de ti… que estés conmigo y estar yo para ti, cuidarte cuando no estés sana, cuidarnos cuando estemos viejos; protegerte cuando los infortunios de la vida nos acosen, y ser tu pilar, ser tu hombro.
Quiero tumbarme en un valle contigo, y jugar a decir qué parecido tienen las nubes que mueve el viento; quiero salir a cenar, embriagarnos juntos y terminar riéndonos acerca de las calamidades e ironías de la vida; visitar a mis suegros, visitar a los tuyos, viajar, andar recorriendo carreteras mientras estamos en silencio escuchando música y viendo el camino; quiero andar por pueblos oyendo las leyendas que estos guardan, luego platicarlos contigo; quisiera que algunos días podamos pasear a nuestros perros juntos cuando vayamos a la tienda por cigarros o por la leche… y saludar a los vecinos; me gustaría tomarte muchas fotos, que seas mi modelo y yo quien retrate tus estados de ánimo o tus locuras… o las mías; quisiera contemplar el cielo infinito nocturno, creo entonces sí juntaría un ramo de estrellas y servírtelas en la luna, pero entonces ¿qué harían los amantes que sólo se ven de noche si te las bajo? Me gustaría que tuviéramos una canción para cantarla al son del mariachi o de los tríos, y bailar lentamente una música suave cuando estemos solos en la sala; tener, también, discos de música que han marcado nuestros momentos, y tener fotos juntos por toda la casa de los instantes que son eternos porque duraron un segundo.
Me gustaría ver películas los fines de semana y estar abrazados en el sillón, y más me gustaría estar leyendo agarrado de tu mano, o leerte, cada uno en un sillón y estar al pendiente del otro para rellenar la taza de café que nos acompañe, pero si interrumpes la lectura sólo para darme un beso… estarías firmando, entonces, tu condena de no librarte de mí… Si al menos me dejaras hacer la mitad de todo esto…
Me encantaría proponerte matrimonio de una forma que nunca olvides, pero moriría por casarme en la playa y aventar nuestras copas al mar. Caminar en la playa y dejar que nuestras huellas se las lleven las olas.
Esta carta, como puedes ver, princesa, no es una carta de amor, es una carta de vida, pues quiero compartir contigo todo lo que me resta de ella. Lo que te digo aquí, es porque anhelo compartirme, abrirme, comprometerme, pues eres tú lo más valioso de todos mis días, de todas mis noches, mi oración, mi suspiro, mi sed, mi alimento y mi delirio.

Como siempre...


Había veces que te necesitaba,
Había otras que te quería
Había algunas veces que eras mi mejor amiga
Y otras tantas que solamente eras

Eras un mundo
El mío…
Renuncié a mis amigos
Fuiste mi única amiga
Mi amante
Renunciaste a los tuyos
Y fuimos nuestro universo

A veces solías llorar
Otras tantas gritar
Ofender
Reír
Amar
Odiarme
Pegarme
Insultarme
Entregarte
A veces me escuchabas
A veces hablabas
Y toda nuestra relación fue así...

A veces me perdí en tus manos
En tus piernas
A veces lamía tu vientre
A veces sólo acariciaba tu cabello
A veces te miraba
Y a veces tú también lo hacías.

En contadas ocasiones te dije te amo
Tú ninguna
A veces resumías todo con un beso
Y yo te abrazaba

A veces viajamos
Y a veces sólo éramos nosotros
A veces soñamos
Pero nunca planeamos.

Hubo veces que quería matarte
Tú lo hacías cada fin de semana
Había veces que quería te marcharas
Otras que nunca te fueras
Y sólo una vez no quisiste irte

A veces mi error fue hablarte
A veces tu error, fue estar
A veces mi error fue lucharte
A veces tu error fue dejarte…

El primer error fue acercarme
El segundo, fue dejarte
El tercero fue regresarte
El cuarto, fue de nuevo dejarte
El quinto fue extrañarte
El sexto, fue que ya no regresaste…

Mi error a veces era, que no eras un error.

A veces me odiaste
A veces cerrabas los ojos
A veces era de placer… otras de rencor

A veces pensaste que te era infiel
Otras pensabas que sólo era tuyo
A veces querías acercarte
Otras tantas huirme.

A veces salíamos con tu familia
A veces salíamos con la mía
A veces nos abrazábamos
A veces nos besábamos

A veces eras mi mejor amiga
A veces eras mi única amiga

A veces eras todo
A veces, quería que fueras nada
A veces fui nada
A veces fui todo

Sólo a veces estuvimos juntos
Y a veces… sólo a veces…
Estábamos separados;

A veces eras de mi familia,
A veces te protegía,
A veces te rogaba…
A veces, me perdonabas.

A veces eras mi gloria
Y mi última imagen al dormir
A veces eras mi perdición
Y el último lamento antes de sufrir

A veces te veo
A veces estás ya distante
A veces ya no sientes
A veces sólo te vas…

A veces te extraño
A veces me eres indiferente
A veces me buscas
A veces me olvidas

A veces me amaste
A veces me odiaste
A veces sigues con tu vida
A veces sigo la mía
A veces nos mordimos
A veces nos hicimos más daño
De lo que pudimos soportar

A veces, sólo querías que me fuera
A veces sólo quería verte nunca regresar…

Pero como siempre te fuiste
Y como nunca… nunca volverás.

jueves, 18 de febrero de 2010

La fotografía


¿Cómo lograr un verso tan exacto y perfecto para poder derretirte y te escurras a mí y llegues hasta aquí en forma de agua? ¿Cómo puedo sacarte de la fotografía que hoy me enviaste para que duermas conmigo, y antes de amanecer, te devuelva a ella con un beso? Quiero preguntarte: ¿qué pensarías de mí si cada día que pasa sólo quiero ir a ti para ser envenenado con una dosis de tus manos y tus piernas? ¿Qué pensarías si rechazo tu vacuna si intentaras librarte de mí sin antes estar conmigo?
Esta noche sólo puedo tener fotos tuyas, que a veces parecen fantasmas de la crónica que no ha sucedido… ¿qué me dirías si cansado de esto voy por ti para tragarme tu corazón a cambio de que tragues mi alma? ¿Qué dirías si te preguntara si quisieras venir para que nunca más lo veas y sea a mí a quien extrañas?
No me mal interpretes, no quiero que pienses que sufro por algo que aún no pasa, o que pasa de alguna forma en una realidad alterna donde cada noche eres mía, donde cada noche te recorro con mis dedos para conocer centímetro por centímetro tu piel de luna, esa piel que es más mía que tuya, pues sembré en ella algunas letras que les niegas germinar para ver la luz de día, para ver la luz de un orgasmo simultáneo que te persiga hasta la cumbre de tu vida… tu muerte, donde la última imagen que veas, sea mi rostro cansado de amarte.
Hoy llorabas su ausencia, pero, princesa, para qué llorar por la ausencia cuando tienes alguien presente dando vueltas por tu mente, mientras te persigo con mi pluma para grabarte letras en la espalda y morirte con un beso desgarrado de mis labios para que bebas de mí cada litro de sangre que pueda sanar tu alma.
Haz de mis hilos de sangre la tela para que puedas vestirte al ritmo del compás de mis palabras, donde lo último que quiero es no hacerte daño a cambio de que nuestra historia nunca finalice; así estarías impresa en cada texto escrito por estas manos que han perdido dirección, así tu memoria se verá sublimada cuando al pasar de los años alguien me lea y se enamore de ti por todo lo que tú y solamente tú has sido capaz de hacer sentir en un cuento narrado de toda la vida.
Si tan sólo pudiera incinerar tu pasado y devolverlo para que sea mi presente, no estarías arrastrando las manos a la cara por sentir distancias que son como llagas que se extienden por la piel, que son como manecillas que el reloj va lacerando con arrugas y marchitándonos, hoy quiero detenerte el tiempo para que luzcas siempre joven, en un cariño que pueda perpetuarse en paredes que aún no nos han visto cantar música de los años 50’s cuando Agustín Lara narraba, desde entonces, lo que puede ser nuestra vida compartida.
Te pido que nunca vengas a mí por consuelo, sino por amor, durante el amor cerraré cualquier cicatriz que pueda ver a través de tus ojos, pues estaré sumergido en ellos como demonio que queda atrapado en el espejo, suspendido en una fantasía bíblica de un exorcizo donde la única forma de salir, sea la de tu mano sobre mi boca a punto de besarme y hacerme estar dentro de las entrañas… donde pueda estar cerca de Dios, cerca de tu gloria. Enjuga esas lágrimas para que no pueda coleccionarlas y mezclarlas con todas las fotografías que me regalas para seguirte escribiendo. Mejor ven y átate a mi mano derecha para que comandes la dirección y destino de todas y cada una de mis cartas y te asegures de recibirlas, sólo a ti, que no cambien el curso para que vea siempre donde estarás recostada en el lugar donde te deje esperando hasta volver a encontrarnos.

Homenajeando a la primera musa


No sé aún si esto lo escribo por ser después del 14 de febrero; pero no quiero que permanezca esta parte de mi vida con indiferencia. Hace unos días, mi editora preguntó acerca del por qué escribía. Se hizo un nudo en la garganta, esa pregunta entró como un escopetazo en la cabeza que hizo a los recuerdos caer en cascada hasta el suelo. Sonreí, pues la primera gota en estrellarse contra la tierra, fue cuando te vi por primera vez: uniforme de la escuela, lentes, pants blanco y bufanda rosa; riendo, siempre riendo. De ahí, la siguiente imagen en mostrarse fue el momento en que comenzaste a tratarme. Dios era sólo un niño con muchos dulces que era asaltado en el momento que sonaba el timbre para finalizar el descanso. Tú, en complicidad con una mujer morena, delgada como ella sola, eran las autoras de este cruento crimen: dejar a este servidor sin más dulces, entre los que destacaban tambores, picositas, miguelitos en polvo y mazapanes. Inocente de tu parte, pues en el momento que esculcabas la cangurera de mi sudadera, también te llevaste el primer suspiro de amor; no lo entendía en aquél momento, es decir ¡era sólo un niño!
Me gana la risa tan sólo de acordarme verlas venir a mí con unas manos sedientas e inquietas por obtener uno, dos, tres de esos… dulces que con tanto candor esperaba disfrutar en clases a escondidas de los maestros y las monjas.
Así sucedieron los días, del momento en que te vi, al momento en que te aprovechaste por primera vez de mi inocencia, pasó un año; y pasó otro más de ahí a que me atreviera, siquiera, a hablarte a solas. Y vuelvo a la pregunta que me hizo mi editora: “¿por qué fue que comenzaste a escribir?” Cayó después de estas risibles imágenes, el momento en que atravesó una lágrima por mi alma. No me mal interpretes, no fue mi lágrima, fue la tuya. Era cambio de clase, tú venías de tomar inglés, yo salía de historia, y vi desde el barandal, que salías llorando por haber escuchado la canción del tema de “Titanic”. Yo, preocupado, pues la niña que me gustaba andaba envuelta en un mar de llanto y risa penosa y quizá cansada y agobiada de tantas preguntas que la hostigaban: “¿qué tienes?” Preguntaba cualquier persona que te veía así… y para no romper con la instantánea tradición de los demás, me acerqué para preguntarte lo mismo, a lo cual respondiste, con toda gentileza y sonriente: “nada, no te preocupes, voy a estar bien”. Claro, uno es niño, y por muy inocente que pareciera, pues tampoco se es idiota ¡claro sabía que algo te había afectado! Pero en vez de preguntarte incesante, me despedí de ti ese día en la tarde como si nada hubiera pasado, aunque tus ojos delataban que todo había pasado. Llegué a mi casa conmovido por verte así, y tras imaginar qué habías sentido con esa canción, y por qué, tras inventarme un montón de historias donde el final feliz era conmigo, llegó a mí, el sentimiento culpable de mi vocación. Saqué cuidadosamente el bolígrafo de mi mochila, el block esquela de un cajón, y con mano temblorosa, con dirección a la temible hoja en blanco, escribí la primera de mis líneas… al terminar, lo leí en voz alta mientras fantaseaba el hecho de leértela de frente mientras te provocaba darme un beso. Por supuesto eso no pasó, por el contrario, llegué a la escuela, temprano, y le pedí a un buen amigo que te la entregara; este me dijo: “apuntas muy alto ¿no? Pinche Set”. Sólo sonreí y le pedí, nervioso, que te la diera. Creo que lo más complicado de escribir es quitarse el miedo para ser leído, una vez superado eso, las líneas caen como al pasto el rocío. Efectivamente, fue la primera carta que te escribía, mas no la última. Pero cada vez que te mandaba una, huía mi respiración tan sólo de tenerte cerca; sigo diciendo ¡Dios, era un niño! Me sigo riendo de esa actitud que tomaba, que ni siquiera era inmadura, sólo inocente, sólo pura. Las indirectas que de pronto sucedían entre tú y mi amigo, mientras preguntabas: “cuándo lo voy a conocer”, y me veías, hacías sonrojarme y acobardarme como un perro espantado de una carnicería cuando lo corren.
El primer amor, precisamente por eso es inolvidable, porque es la primera experiencia de sentir a tus entrañas revolotear por todo el cuerpo, y el cuerpo entonces, se vuelve en un parque de diversiones.
Siguieron cayendo las gotas de sangre por la pregunta de mi editora, y la siguiente… fue cuando te iba a llegar. Ese día, llegué a la escuela cual guerrillero en el frente de Chiapas, apenas y podía caminar del miedo que me ponía a tropezar con mis propias pisadas. Esperé todo el santo día, y alguien se encargó de repartir la noticia de que ese día, era EL DÍA, en que terminaría mi cobardía para enfrentarte y esperar maravillado el segundo beso en mi vida. Toda la noche anterior ensayé frente a la cama, imaginándote sentada, yo de rodillas, la mejor actitud a tomar para llegarte y decir las palabras mágicas: “Abada Kadabra”; ay no, me equivoqué de historia; para llegarte y decir las palabras: ¿quieres ser mi novia? Tú, al escuchar esta noticia, en vez de esperar la salida para salir a mis brazos y acurrucarte en ellos, querías escapar de la forma más pronta y sigilosa que se pudiera realizar. Pero… no te dejaban ir, y yo sólo prolongaba este acto de valentía (el acercarme a ti) para llegarte, mientras me convencían de quitarme las medias y salir con la espada desenvainada dispuesta a enterrarla en el pecho… por supuesto, no me acerqué a ti, y cuando llegó tu madre en un carro gris (que años después fue tuyo) sólo volteaste a mí y sonreíste. Cerca estuve de hacer uno de los osos más gloriosos de mi vida, pues tú no querías un niño, tú querías un hombre. Cascadas de recuerdos se vertieron en el piso por una inocente pregunta de alguien mayor que yo.
Lo que siguió después, de varios intentos fallidos, de incluso hablarte sin miedo y reír contigo minutos antes de terminar el descanso, fue inaudito: la primera lágrima de amor que derramé, fue por ti; aunque después de un rato, tú lo único que deseabas era echarte a correr porque no sabías qué hacer con un niño chillón que te acosaba con preguntas dignas que sólo se le hacen a un primer amor. Pero en vez de portarte indiferente o alejarte, decidiste escribirme una carta esa noche, en ella pusiste la hora en que empezaste a escribirla (12:30 am) y consecuentemente un montón de apologías por no saber aquilatarme. Pero para esto, tuvo que pasar otro año, sí, finalizábamos la secundaria y hasta ese momento, los dos nos conocimos.
Lo demás es historia, aunque he de decirte que de una llamada, cuando regresaste de Canadá, nació el otro seudónimo que sólo uso para textos académicos de filosofía. Te platicaba acerca de mis excentricidades, como el caminar regularmente por la cornisa de la azotea de mi casa en la noche; acto al cual, dijiste con risa desmesurada: “¡eres un gatito!” Claro que si en mi seudónimo pongo “gatito” sería muy… incómodo, por así decirlo, pero fue la idea principal para Alley black cat.
Apenas ayer te vi, presenciaste mi segunda publicación literaria, y al verte, reina de fuego (apodo que te di mientras afiné mi pluma), el corazón palpitó como tambor africano listo para la guerra, pero para esto, pasaron seis años, y descubrirte toda una mujer me hizo la tarde, respondiendo con calidez a los pocos momentos de conversación. Hubo un momento que decía en mi mente: “tanto que platicarte y que me platiques…” Pero en vez de eso, no hubo mucha necesidad de hablar, sino sólo de tomarnos del brazo y saber que estamos ahí. Digo, después de todo, yo no me perdí tu boda, tú tampoco te perdiste de una de mis presentaciones, y estamos endeudados ahora de cafés y más momentos perdidos que bien los podemos acompañar con vino, cigarros, quesos, y tu agradable compañía para compartir lo que más tenemos en común: la risa, razón por la cual muchos querían vernos juntos, algunos otros, vernos revueltos, pero riendo, ahora que también soy un hombre.

martes, 9 de febrero de 2010

Barco de papel


Hoy abro mi memoria para recordarte, he sacado todas tus cartas, todos tus poemas… todas las imágenes que se quedaron congeladas hace unos años, para que hoy se pongan a mi mesa y hable de ti. No quiero hablar de verdades que no sean necesarias colgar en el barandal de mi balcón, tampoco quiero exponer tu nombre, ni quiero fanfarronear que algún día, en estas manos sostuve tu rostro, y tu vientre; mas si lees esto, sabrás que es para ti. Las intenciones… es que al terminar de escribir, pueda arrancarte una sonrisa, quizá logre me marques, quizá, también, que puedas responderme esto y vernos para ver cómo nos han pasado y pesado los años.
Hoy quiero hablar de ti, la razón: una canción que cada que la escucho me vienes como eco perdido en un valle azul. Por eso me atrevo a interrumpir a hablar de quien no puedo mencionar para no comprometerla, pero por eso también, en este preludio, quiero referirme a ti, quien cambió mi vida y la forma de amar.
Cada imagen que tengo de ti, son como gotas de rocío que bajan por el tallo de una rosa y se deslizan hasta el suelo. Sin duda, de los recuerdos más fidedignos se remontan a los tiempos de risas y sueños en una Tierra Salvaje que muchas veces nos vio llorar, hundir barcos, plantar en concreto semillas de café, y por fin, el último beso. Pero antes de que esto pasara, quizá porque no me quiero meter con el final desde un principio (¿o será que el final fue mi principio?), nosotros tuvimos un momento que pareció más eterno que cuando se dice “para siempre”. El primer beso, de todos y tantos que le siguieron, fue en un café allá por Plateros, donde, para variar, llegué tarde, con un tulipán rojo con naranja en la mano; tú sentada, bebiendo café, leyendo y un tanto desesperada, nunca te diste cuenta, pero estuve diez minutos observándote antes de entrar. Sí, me acerqué y te di un beso como si nada, como si fuera un día cotidiano y lleváramos años saliendo (fue parte del trato, pactado un día anterior por teléfono) esto data de un 14 de febrero del 2007. Quizá algo pasó en ese café, pues fuimos a escondernos a otra cafetería detrás de unas hojas de bambú, cada uno pidió una infusión, tú de frutas salvajes, yo de fresa con kiwi, y tras hablarnos poéticamente, sucumbimos al primer beso, largo como invierno, profundo como el alma de un aciano. Fue la primera vez, mi querida guerrera, que un beso me suspendió a tal grado que dejé de escuchar los sonidos que produce la calle, el choque de las tazas en los platos, las risas y murmullos de la gente cercana; es el beso más dulce y más intenso que me han dado, ni siquiera el primer beso de toda mi vida pudo comparársele; no supe de mí… sólo eras tú y sólo tú con la nada entre los labios, porque ese día fui más de alguien que de cualquier otra, ese día desaparecí en la ciudad más grande del mundo. Ese beso me persiguió durante varios meses y luego se puso en mi diario donde está asegurado con la advertencia: “cuidado al abrir”. Tan dulce fue ese beso, mi guerrera, que la mesera se quedó parada varios segundos entre nosotros, viendo cómo nos besábamos, y tal fue su presencia que nos hizo separarnos y preguntarle: “sí, qué pasa…” A lo que ella contestó: “perdón, no los quería interrumpir, se veían muy lindos ¿les ofrezco algo más?” Tras ese comentario, nos pusimos rojos, respondimos y seguimos con la misma magia con la que habíamos empezado ese beso... Ese beso significó, guerrera, el título de mi primera publicación: “La religión del beso”. Después de ese día, un montón de sucesos pasaron que nos fueron rasgando, pero este es el recuerdo que mejor guardo de usted. Necesitaba contárselo al mundo ahora que no tengo compromiso ni hiero susceptibilidades, porque aunque mis letras se deben leer bajo la responsabilidad del lector, estoy consciente de que hay cosas, que no tienen por qué saber, porque son muy de uno, o porque son de todos, cuando ese uno es libre. Luego llegamos a la cafetería de Doña lucy, y recibiste una rosa roja… Y la sonrisa que dibujaste en el rostro, jamás podré olvidarla, nunca me han dado una sonrisa tan pura y sincera hasta la fecha con tan poquito, sólo una rosa… ¿qué más se necesitaba?
Guerrera, prefiero detener hasta aquí el momento más dulce contigo y no llegar a los cómos ni los por qué de nuestra separación. Llegué temprano a su vida, y evidentemente usted hizo lo propio a la mía. Pero de no haber llegado a mi vida, tú… Mi amor y forma de amar no se entenderían sin ti. Con nadie sostengo la misma comunicación que con usted tuve, no sólo eran silencios, o las pláticas sólo por tenerlas, había un tono más allá de lo que el común de la gente tiene, era una forma poética que se transmitía al hablar en metáforas, en historias, en lecturas, escuchar mi voz, escuchar la suya detenidamente sin que nos apresurara el tiempo; podíamos estar más de 10 horas consecutivas riendo, recordando, disfrutando, imaginando, soñando, atreviéndonos, encerrarnos en nuestro mundo, que aunque a veces era interrumpido por terceros, se veían sin querer, desplazados ante la forma de hablarnos y entendernos.
Han pasado tres años, hoy se cumplen; un día como hoy me hablaste por primera vez, y el efecto fue irreversible, algo hubo en nuestras voces que fue como si se reconocieran al instante. Desde entonces, todos los días pienso en usted cuando menos una vez, hubo días en los que quería ir a buscarla; cuando no me contenía, lo hacía, pero nunca estaba en su casa; había otros días en donde sólo te bendecía para que tus sueños fueran vigilados con la misma ternura con la que sucedió nuestro primer beso.
Hace poco que la vi, mi diosa guerrera, he de comentarle que gracias a usted nació “El mito de la estrella”, y aunque su historia se quedó en su génesis, todavía sigue latiendo viva en las páginas de otros amores, pero cada vez más detallada y más genuina. Usted le dio a mis letras el don de separarse de la razón para poder escribir con las vísceras (ahí es donde está dios, decía uno de los músicos más famosos); ahora que la vi, que la vi amando y cuidando a otra persona, me llené de envidia, de poder ser él y dejarme en tu cuidado, que rechacé porque mi alma es libre y no soporta tantos encantos (aunque muero por tener eso de nuevo o de vez en cuando), porque prefiero yo proteger, a ser protegido, prefiero cazar, inventarme, reinventarme, probar, probarme, desafiar, ser desafiado, revolcarme con la vida en las calles, en amores pordioseros, en otros que no son tanto, otros que son sublimes, pero todos han perecido de alguna u otra forma, mas no me arrepiento.
Hace poco, antes de verte, vi que no soy un alma para ser solitaria, que quiero seguir mi vuelo, pero quiero alguien para que me acompañe; que quiero una musa de por vida, no importa si está casada, comprometida, tiene novio o simplemente no puede estar conmigo. Quiero alguien valiente que pueda tomar mi mano sin soltarme, pero darme un beso si debo seguir mi camino, sin atarme, pero sin dejarme. Verte, corazón, significó voltear atrás y ponerme esa sonrisa que le había negado, e incluso vuelto en una mirada de pena, hoy puedo buscarte sin buscar algo de ti.

Es bueno verla de visita a mi nido, construido en el sauce llorón de los montes Kasbek de la estrella del norte: “ahora no me la trajo un tiburón blanco, ella ya no estaba herida (…) vino en su barco de papel, porque así lo quiso”.

lunes, 8 de febrero de 2010

Un leve deseo


Que caminen mis dedos por tu vientre
las yemas de ellos estremeciéndote;
abrazándote con la humedad de mi lengua
sintiendo el calor de mi entrepierna

Desvísteme lentamente,
móntame y dómame,
mézclate con mi sudor
y deja que resbale mi cuerpo con el tuyo

cómeme todas las noches vivo,
frota con tus manos debajo del ombligo,
quiere mi abdomen ser de ti lamido
y sentir tu lengua alrededor de mis muslos;
déjame sentir tu respiración en el oído,
vete despacio meciéndote,
ataca con un beso extasiado,
provoca una erección de mi pene hambriento;
mis manos que acarician tus pezones
quiero metérmelos a la boca y sentirlos desnudos.

Que la pasión nos devore,
creado por la imagen que me regala tu cuerpo;
empiernados, lento penetrarte
olvidando la razón y tomarnos hasta el amanecer:
con tus ojos cerrados o tu mirada en blanco
cuando es tu mundo con mis ojos cerrados
acariciando tu espalda hasta quedarme tatuado;
así te atrapo todas las noches en mi pensamiento:
tú ardiendo desesperada a ser penetrada
mientras mis manos se divierten en tus nalgas,
tus manos cayendo en mis piernas y me frotan,
las bragas caen al unísono de tu lengua…

No te tengo…

No te necesito, no me necesitas…

Pero eres tú a quien quiero…

Quiero, deseo, me calmas con tus palabras
frías de querer un amor seguro,
que puedas caerte sin ser expuesta
donde se encuentra la pasión alborotada de tus piernas…

Tu vientre, tu cuerpo…



Puedo sostener tu vagina con mis manos
mientras respiro el aroma de tu cabello;
mi piel se enchina de sólo pensarte sobre mí,
pero despiadada te alejas de mis besos…

Besos… Deseo… Mordidas... Arándano…

Tú:

mi suspensión amarga desnuda ante la mirada
que necesitan mis ojos tenerte frente a ellos
y de ellos obtienes la confianza
dentro te tengo y fuera te pierdo
en los ventanales rotos de mi carne encendida
que exploto cuando estás cerca y no puedo tocarte

sangro el paladar por morder tu lengua
y probar el sabor salado de tu cuerpo…

Intento recorrerte con mi lengua…

Quisiera comerte mientras te humedeces…

Sentir el orgasmo mutuo,
pecar constantemente como si nadie existiera
y derramarte vino a lo largo del cuerpo y lamerlo
como yo lo hago en mi mente desde hace días…

Y me excito, me masturbo
te veo de rodillas, te penetro

tenerte cerca es el más obscuro pensamiento…

De apretar con mi lengua tu clítoris,
chuparlo hasta que me pidas a gritos
tenerte atada y dejarte indefensa:
realizar contigo cada fantasía perversa…

Y me retas, me doblegas, me domas
tomas mi pene con una mano, alzas mi cara
me besas el cuello y los hombros,
subes y bajas sobre mi falo.

¡Te pido que me sepultes ahora!
que el infierno no se apropie de tus tierras
tierras de duraznos repetitivos en tu lengua,
en la boca mía que besas
y que clama esta noche tenerte en mi cama

pero haces de esto una pared de hielo,
donde veo a través tu silueta cuando te platico
y sólo te escucho, solo vuelvo a la cama…

la herida más profunda es quedarme con las ganas…

Móntame

Sedúceme

Mírame morir en tu boca…

Perderme en tu piel…

Luego márchate y regresa
que nada separe tu esencia y mis letras…

Y húndeme en el río de ellas:

en tus fluidos corporales;
acaricia mi torso desnudo
cuando vestida me besas y sientes mi atracción
y subes tu pierna trepando mi pantorrilla para sentirme
cuando erecto siento lo estrecho de tu vagina,
declarando que quiero poseerte todos los días…

Un buen idiota


Te quejabas de los hombres porque estos resultamos ser unos idiotas, y no voy a contradecirte, podría causar esto una diferencia tal de opiniones que simplemente acabaríamos por ejercer una pelea. Y yo te digo: sí, somos idiotas… Pero incluso para serlo, princesa, hay que saber ser buenos idiotas, como quien dice: “ser un dios entre insectos”.
Esta carta no hablará en defensa de los pobrecitos hombres víctimas de los arranques e impulsos de las mujeres, que como nosotros, sacan en todo momento su lado más infantil y complejo de Elektra; sin embargo, he de confesarme gran admirador del sexo femenino, y puedo decir esto sin afectar mi gusto por las mujeres, o como otros de mi especie dirían: “mi hombría” o “poner la vagina en un pedestal”. No, no vengo aquí a victimizarme, ni quejarme de los enredos cuando les preguntamos con toda conciencia y calma cosas como: ¿Qué quieres ver? –Nada, lo que tú quieras.
¿Qué tienes? –Nada (esto es por lo cambios de humor, a veces repentinos)
¿Ahora qué hice? –Nada, carajo (cuando realmente no sabemos qué hicimos)

En fin, podría seguirme más, pero estoy diciendo que no me voy a quejar, corazón, esta carta es para decirte que si estás convencida de que somos idiotas los hombres, entonces me esforzaré por ser un buen idiota. Quizá te extrañe esta afirmación, pero juro es verdad, y continúo diciendo cómo seré un buen idiota:

1.- Si te tardas años en arreglarte, aunque se nos haga tarde, no te apuraré, y cuando salgas admiraré lo bien que te ves.
2.- Cuando me digas NO, entenderé y esperaré a que tengas ganas.
3.- Seré territorial, mas no celoso de los tiburones que anden al acecho (porque una cosa es no ser celoso y otra cosa es ser pendejo).
4.- Seré educado, no miraré ni te “sabrosearé” enfrente de tu familia, siempre del cuello para arriba, y en dada la ocasión que mis hormonas quieran hacer de las suyas, te daré un beso en la mano, y susurraré que te deseo al oído.
5.- Te dejaré tomar, fumar, destramparte y vestir con minis, sin que oigas quejo alguno, incluso, si fumas, fumamos, si tomas, no tomaré de más aunque tú lo hagas, y si sales así (como dirían muchos de mi especie, zorra) estaré encantado de que te vistas así, porque tú estás conmigo.
6.- Sea amigo con “derechos”, amante, o novio… Mi trato a ti, será como el que te mereces: el de una princesa.
7.- Por mucho que me duela, si vas a hablar de tu ex, te atenderé como un amigo, no importa mi situación (véase punto seis).
8.- Cachondearte primero antes de tener relaciones sexuales, será como una ley, a no ser que tú me pidas lo contrario en un arrebato.
9.- Por muy difícil que parezca hacerle caso a tus padres, si tú me estableces la hora, a esa hora te dejo en tu casa, pues soy tu pareja (en cualquier presentación), y a la primera y última en escuchar, es a ti: tú eres mi princesa, no tus padres.
10.- Por muy idiota que sea, y muy idiota lo que te ofrezca, lo único que te pido, es que a veces me dejes ser yo, de vez en cuando, para que puedas disfrutarme como el idiota que soy, y que comparto con todos los hombres.

domingo, 7 de febrero de 2010

De los días


Quiero ser para ti
el primer pensamiento de la mañana,
el jabón que resbale por tu cadera,
tu café vespertino antes del trabajo
y tu jornada…

Quiero ser para ti las piedras
Que sostienen tu paso,
El viento que golpea tu cara,
Tu primer enojo
Y el causante de tu primer sonrisa…

Quiero ser la pluma que sostengas en tu mano
Y ser tu enojo matutino
Ser tu suspiro
Y ser tu pensamiento… tu conflicto…

Déjame ser la pregunta de todos los días
De todas las tardes,
Quiero ser el frío que inunda tus pulmones
Y el calor de tu ropa para cuidarte.
Quiero ser tu enfermedad y tu cura
Quiero ser el que vulnere tus sentidos
Tu calma…

Quiero ser tu primera luz cuando caiga la noche
Ser tú cuando te mires en el espejo
Cuando mires al cielo
Cuando mires tu cama
Y cuando hagas tu oración nocturna…

Quiero ser tu universo
El mejor amigo
El buen amante
Un niño para amarte
Un hombre para responderte,
Ser yo mismo para entenderte
Y ser tú para nunca olvidarme.

Quiero ser tu espacio
Ser tu elemento

Ser uno…

Ser tuyo…

Y con el tiempo… ser lo mismo
Sin dejar de ser nosotros.

sábado, 6 de febrero de 2010

Sólo un buen amante


Hoy dejaré descansar la gracia de mis letras y mi lengua para decirte lo siguiente:
¿Qué dirías si te dijera que no quiero ser el mejor amante que has tenido, pero sí un buen amante? De esos que no puedes olvidar al pasar los años, de esos que con una canción hacen que los recuerdes y te revuelven las entrañas y no puedas casi respirar; de esos, que te dicen palabras que no pegan como mazos en el corazón, sino como alfileres, y cada que alguien te diga algo similar, tu corazón se detenga a llorar por un instante sin que tú puedas expulsar las lágrimas, pues te has obligado a no hablar de él, ya que así, no tendrías que acordarte de que hay que olvidarlo.
De esos amantes quiero ser para ti, que logran hacerte un nudo en la garganta cada que se van sin saber cuándo volverán a verse, aunque sepas que se seguirán viendo; de esos que cada que miras a la luna, su nombre viene como balazo al alma y hace sangrar la memoria deseando que vuelva pronto… y por momentos, quizás, que se quede para siempre. Quiero ser de esos amantes que todo mundo sabe que existe y que tienes, pero que nadie se atreve a preguntarte por él, de esos amantes de los que ocultas su fotografía y que no te dejas ver tomada de la mano con él en lugares públicos, para que llegando a la habitación, se arranquen la ropa y pierdan toda noción de la realidad hasta que sientan bailar el más estremecedor tango, que se conjuga con el sudor tibio y el grito constante asfixiante mientras tomas su rostro y lo contemplas para estar de vuelta en la realidad en un sueño prohibido; que se vive sólo unos instantes, para después callarse mientras lo ves partir.
Quiero ser de esos amantes que, en el día de tu boda, los ves parados en los asientos de atrás de la iglesia con una lágrima y una sonrisa, asintiendo con la cabeza mientras por dentro están derritiéndose como velas rojas en el año nuevo. Necesito ser tu amante que se anuncie con el viento, y que con su aroma te haga pensar en él cada noche cuando las sábanas te acaricien; necesito ser el amante que te haga tener alucinaciones de que lo ves por todas partes, de que lo escuches cada que prendes el radio, la televisión o que incluso lo confundas con el amigo que te llama; debo ser el amante que sea capaz de esculpir tu cuerpo a ciegas, ser el amante que te haga temblar apenas él se acerca, ser el amante que logre detener la rotación de la tierra a lo largo de la duración de un beso.
Como decía en un principio, no quiero ser el mejor amante, sólo un buen amante que realice todo esto, y que, cuando llegues al final de tus años, seguirnos viendo; pero para entonces quizá, sólo quizá, porque el futuro es un misterio, seas tú quien esté envejeciendo a mi lado como la esposa que vivió todo un torrente de pasión antes de contemplarnos hasta la muerte. Así tenga que pasar cien años esperando, así tenga que pasar por ser pasado y ser presente, así deba dejar marcas en tu vientre para espantar a quien ose tocarte… no sólo no podrás olvidarte de mí, sino haré que un día te levantes de la cama, y sientas la necesidad de timbrar en mi puerta y quedarte aquí… para siempre.

De esta forma dejo ahora activa la gracia de mi lengua y de mis letras para decirte al oído el poema de amor jamás escrito por los dioses, aquél que hará caerte en una nube y te traiga a mí antes de que el sol salga.

jueves, 4 de febrero de 2010

Lluvia en la ciudad



Conforme la lluvia en la ciudad festejaba 50 horas continuas mojando nuestras calles, viniste tú a mi pensamiento; la lluvia cesó, pero no se detuvo el continuo deseo de que estuvieras frente a mí, en silencio, dejándote llevar por el instante en que un ángel aparece cuando dos personas se quedan mirando fijamente, detenidamente; cuando lo único que estorba es la poca distancia entre dos cuerpos que se reconocen: olores, rostros… piel.
Y me puse a reflexionar acerca del espacio y el tiempo conforme las gotas caían en la ciudad ocasionando estragos en los ríos de asfalto, y cuando pensé que estaba distraído de ti, regresaste como golpe a mi memoria, como esa gota que cae desde el cielo y se estrella para morir sobre el cabello… si tan sólo estuvieras aquí esta noche, si no fueras un fantasma de mi conciencia que niega a abandonar tu imagen que se desnuda en la cama invitándome a pecar mientras tus piernas acuciosas provocan pelea.
Tiempo, espacio… velocidad, distancia… si estuvieras aquí, no tendría por qué más estar en mi balcón sólo, viendo como llueve: la gente se esconde del agua, los animales se enroscan, la gente en sus negocios comentan de la lluvia contemplando la ausencia de ventas… y tú tan lejos, donde no puedo abrazarte por la espalda, ni rodearte con mis brazos por tu cintura; viendo a la calle, pero mirando mi alma que recoge tu rostro para besarla.
Volví a mis deberes, pero tus taladrantes palabras esta noche no me dejan dormir, esta noche que me desvela mientras vela la pregunta: ¿y si tan sólo…? Y si tan sólo estuvieras aquí por un día, hoy, precisamente en esta noche que solicito de tu cuerpo para entregarte mis servicios de tierno amante que no conoce los límites de la razón y la locura; qué pasaría si de mis besos te contagio la forma del querer perder la cordura para que renuncies a todo por un momento pendiente que no logra brillarle la luz fría de la confidente luna, que me acompaña mientras tú estás tendida en las sábanas, sola, durmiente… bella. Así te encuentro esta noche en mi casa, en mi cabeza, riendo, jugando desnuda alrededor de mi sala, de mi cocina, en el patio y en cada rincón que grita “dónde estás”; y me exigen todos los recovecos de esta habitación que te traiga para que les des nombres e imprimas historias que se narren al ritmo cardiaco apresurado de mi respiración y de la tuya.
No quiero que te vayas de mi mente esta madrugada, y no quiero que todas estas imágenes se vayan como la lluvia se va por las coladeras de esta ciudad. Quiero que seas una estrella en el ancho universo para que te asomes y me vigiles todas las noches que no pueda tenerte cerca… y que no te encapote el cielo con sus nubes para que pueda saber que estás presente, aún cuando estés con otro, aún cuando tu sueño sea pesado y te robe de mí, de mis ideas y de mi pecho, de mis alas… estas alas que van contigo, hoy, para cobijarte con su plumaje hasta que el inconsciente haga de las suyas y te acomode en un sueño donde aventuras a ser la princesa encantada de mis cuentos, de mi vida, y de una historia que comparto con un tercero en discordia, que te avienta a mis brazos… ¿o será que yo te aventé a sus brazos por no atreverme en su tiempo…?
Necesito grabarte en la espalda un poema que he recogido al alba, y acomodar mis versos en los sitios donde sólo a mí se me haya ocurrido morder para dejar la huella jamás impresa por tus amores, y explorar con mi lengua lugares en tu cuerpo que aún no conozca por mis amoríos y desatados tropiezos. Esta noche, como podrás darte cuenta, me encuentro sórdido de tantas fotografías que aún no son tomadas, y de tantos deseos mundanos exquisitos de poder tocarte hasta que mueras para que pueda, entonces, bajar al inframundo por ti y te rescate con una caricia del infierno para que arda tu sangre cada minuto que la distancia nos separe como en esta noche nos encontramos.
Está por terminar la media noche… y ha vuelto a llover… está por terminar esta noche y no… no te dejo de ver.