lunes, 12 de julio de 2010

Sirena de media noche


Nueve kilómetros de distancia desde su casa hasta el bar de aquella noche, el camino empedrado, viejo; un olor en la vereda a tierra mojada, poco ruido, sólo los insectos y el paso del aire jugando entre las ramas emiten sonido. Tenemos nuestro lugar enseguida; mesas, platos, cuchicheos que se quiebran al unísono de las copas y tarros de cristal al chocar. Un sitio obscuro, alumbrado por velas aromáticas, un ligero olor a tabaco, cómodos sillones naranjas, piso de madera; al fondo se logra ver un escenario hecho con piedras de río, un banquito con tejeduras de mimbre y un micrófono enfrente, todos los viernes suben diferentes cantautores para deleitar a los clientes con su música, aunque algunos de ellos, a veces, desempeñan otra tarea en el bar. Por un lado del área encontramos la barra, periqueras altas para los solteros o los que van dispuestos a encontrar una aventura para llevarse a la cama. En la otra pared vemos a lo largo una réplica de pintura rupestre, el fondo es color crema, el techo está laminado con madera obscura y en las pilastras hay enredaderas artificiales. Al frente hay unas mesas que tienen vista a la calle y son cubiertas por una carpa que protege a los comensales del viento. El bar se hizo famoso por su enorme pecera de más de 1000 litros puesta en el centro, con una altura que iba desde el piso hasta el techo y donde se metían chicas disfrazadas de sirenas a dar un espectáculo erótico a los visitantes.
Como en todo sitio de encuentros casuales, podemos observar que hay individuos de todo tipo y estilo. Están, por ejemplo, en la barra, el señor adinerado, solitario, de lentes, poco cabello, pasado de peso, prominente bigote, rostro que vislumbra cansancio y que sólo está ahí para tomar un par de whiskys en las rocas antes de llegar a su casa para terminar su jornada; otro sujeto con traje, sin corbata, de lentes, despeinado, no se sabe si por el agotador día o por no querer saludar al cepillo cada mañana, con un reloj de imitación Rolex y los zapatos mal boleados, trae siempre con él un libro de ciencia o filosofía, al cual nunca le quita los ojos de encima mientras simula no saber lo que pasa a su alrededor. Hay también una señora con el cabello hasta los hombros y de color gris que se combina con el negro y el blanco; delgada, de lentes, con pantalones de mezclilla, zapatillas abiertas y chamarra de cuero; fuma sin parar algunas ocasiones, sobre todo los miércoles, que es el día que por lo regular trae una nota hecha bolita que es sostenida por la mano izquierda, esos días se le escapa un par de lágrimas pasando la media noche. Ellos tres se acompañan de martes a domingo; nunca han hablado, sólo se saludan con la mirada conforme van llegando.
En el otro extremo del bar, podemos ubicar al grupo de hombres jóvenes oficinistas, bien trajeados, uno gordito, uno flaco y bajito, otro alto y corpulento, uno más que parece ser el líder, con aires de Don Juan, varonil y una voz grave, él es quien siempre consigue las citas. Cerca de ellos, está el grupo de mujeres que no sobrepasan los treinta años, pero que claramente podemos ver que ni una de ellas es casada, entre ellas está la chica intelectual y “devora hombres” que logra alejar a todos los que acechan a sus acompañantes; otra que es muy simpática, de cuerpo voluminoso y muy amable con todo el mundo, no para de hablar y siempre hace a las demás reír; está la mujer bella, con cintura pequeña, amplias caderas y pechos (siempre escotados) que hacen a más de uno seguirla con la mirada mientras ella camina entre las mesas para llegar al tocador; está la otra dama que es una exitosa mujer de negocios, sofisticada y un porte que la hace sobresalir entre las demás; no es bella, no es fea, pero posee una sensualidad tan voraz para quien la llegue a mirar, que siempre le invitan cuando menos tres tragos por diferentes solteros idilios a lo largo de la noche; algunos dicen que son sus ojos azules, otros dicen que es el tono de su voz y la forma en cómo se dirige a la persona que la aborda, pero nadie sabe exactamente qué es lo que la hace tan particular.
Cerca del escenario hay una pareja joven que no para de pelear, pero a su vez, de besarse; a lado de ellos una pareja de señores de avanzada edad que no hablan entre ellos, ya no es necesario, sólo se sientan a tomar una copa juntos mientras uno lee y la otra escribe. Una pareja más, madura, que no paran de platicar, reír y coquetearse mientras toman margaritas.
Las demás mesas están ocupadas por personas que llegan ya sea por recomendación del buen ambiente o porque iban pasando y se les antojó el trago o la buena música, pues cuando nadie está cantando en vivo, el bar suele poner música de pop británico.
Desde las seis de la tarde se abren las puertas, se cierran a las dos de la mañana de martes a jueves y los domingos; viernes y sábados cierran más tarde, quizá hasta que el último en pagar sale.
Era miércoles, diez de la noche, ese día estaba repleto el lugar, muchas caras nuevas para quienes suelen frecuentar, entre la gente se asomaba un joven como de unos veinticinco años, vestía camisa para ser usada con traje pero sin fajar, pantalones casuales negros, al igual que sus zapatos brillosos, un abrigo obscuro que usaba abierto y el cual golpeaba sus pantorrillas al caminar; lentes de pasta roja, una cadenita dorada rodeando su cuello, reloj discreto cromado y la barba un poco crecida.
No iba solo, lo acompañaban tres mujeres, una muy alta, con cuerpo espectacular y bella cara, un poco seria, como si tratara de no llamar la atención, vestía traje sastre, delicadamente maquillada y unos ojos grandes con los párpados un poco vencidos, a lo mejor por falta de sueño. La otra chica era vivaz, rubia, con un corte de cabello extravagante, ojos color miel, labios rosados y gruesos, una amplia sonrisa, cautivadora -me atrevería a decir; piernas gruesas, bien torneadas, llevaba falda arriba de la rodilla; habla poco pero ríe mucho, la expresión facial hace de ella tener una hermosura exótica, visible sólo para aquellos que buscan salir de la fijación de las bellezas comerciales. La otra chica habla sin parar, delgada, morena, experimentada, siempre platica de los amores que han yacido en su cama y de lo extraños que son los hombres; viste pantalones negros pegados a la cadera y los muslos, blusa blanca, aretes largos, cabello marrón que acaricia sus hombros desnudos, parece ser que ella es quien lidera al grupo que andaba en busca de algo diferente.
Al principio no había mesas disponibles, estos últimos tuvieron que acomodarse de pie a un costado de la barra; dos de ellas parecían estar coqueteando con la mirada con el grupo de oficinistas jóvenes, la otra no dejaba de mirar al hombre que estaba sentado leyendo un libro, pero el acompañante de ellas, parecía no encontrar alguien de su agrado, su vista recorría el sitio desde el fondo hasta la salida, como si tratara de encontrar un objeto perdido; el poco éxito lo invitó a fijarse en la pecera de en medio, dos chicas jugueteaban entre ellas y en ocasiones llamaban con un dedo a la persona que se les quedara viendo.
Daban las once de la noche en el reloj, las luces del escenario se encendieron, alumbraban a la cantautora que vestía falda larga y blusa blanca, corrugadas, de esas que sólo se adquieren en los pueblos; un collar de piedras de distintos colores tocaban su pecho, pulseras que se desplazaban sobre el antebrazo cuando bajaba o subía sus manos para tocar la guitarra; de piel blanca, su cabello negro como la noche de un bosque espeso le cubría por momentos medio rostro; su canto era hermoso, consiguió la atención de muchos cuando comenzó su acto, sus canciones hablaban de corazones rotos, de olvidos y de visitas inesperadas a la mitad de la calle cuando dos viejos amores se topan y que sólo se saludan para luego marcharse y seguir cada uno con su vida.
Al escucharla, su mirada se postró en la caricia leve sobre las cuerdas de la guitarra, recorría todo su cuerpo, él había dejado de oír las voces en su entorno, imaginaba cómo sería la vida con ella, se imaginaba tomarla de la mano y acompañarla en todas sus presentaciones… Mas era interrumpido cuando acababa la canción y ella se ponía a platicar con las parejas que estaban sentadas enfrente del escenario. Era un tanto burlona y sarcástica en sus comentarios, su humor era totalmente ácido pero ameno, pues la gente reía cuando ella platicaba de qué se iba a tratar su próxima letra; eso sí, siempre advertía a todos los hombres que tuvieran cuidado con las mujeres, ya que si las trataban mal se las verían con ella.
Pero cuando volvía a comenzar a cantar, aquella mirada que la acosaba en pensamiento se fijaba totalmente en ella. Él estaba perdido, extasiado con su maravillosa voz, la mujer de la barra, intentó acercarse, pero él no hizo caso, se encontraba en un mundo aparte, en un mundo lejano al terrenal donde podía besar a quien estaba sentada arriba del escenario. Así fue durante toda la hora, ella cantando y platicando con los demás, él provocándola y abordándola en secreto. Dio la media noche y se despedía; él la perdió durante unos minutos, pero se encontraba tan extasiado que las imágenes en su mente caían a cascadas. Después, al virar la cara, la vio nadando en la pecera, de un lado a otro, seduciendo con su hermoso cuerpo a todo mundo, se dio cuenta que un joven no paraba de contemplarla, le mandó un beso y le sonrió cálida, luego se salió y aquél hombre de cuarto de siglo volvió a quedarse sólo con su imaginación.
Se acercó un mesero para preguntar si se les ofrecía algo más a las tres chicas que iban acompañadas de su amigo; y él preguntó por ella. El mesero le dijo que era la primera vez que ella se presentaba y que no sabían cuando volvería, pero que si gustaba, le podría llevar algún mensaje para la cantante. El joven anotó rápidamente su número y nombre en una servilleta, se la dio al mesero y este partió para cumplir con la demanda del cliente. Pasaron diez minutos sin obtener respuesta. Se acercó de nueva cuenta el mesero y le dijo que no había podido darle la nota, que ella tenía unos minutos de haberse ido.
El joven corrió apresurado a la calle para ver si la encontraba; pero no tuvo éxito, cuando salió, la cantante tomaba un taxi, pero se percató de que alguien la observaba, y ella ya arriba del auto, volteó hacia atrás, ambas miradas se entrelazaron hasta que el taxi desapareció en el camino.
Él volvió a entrar y se percató que todas sus amigas se encontraban ocupadas, la chica morena estaba con uno de los apuestos jóvenes oficinistas, la chica rubia con el señor solitario de la barra, la más alta con el hombre que leía; pero nuestro joven, se encontraba en medio de la nada.
Se acercó el capitán de meseros, minutos más tarde, y le dio una nota, en ella venía un número telefónico y el nombre de Ximena. El joven le preguntó quién la mandaba, el capitán respondió que era de una chica que acababa de irse; miró a su alrededor y notó que ya muchas mesas estaban vacías, dobló la nota, la guardó en el bolsillo de la camisa, y sin decir adiós a sus acompañantes, tomó el camino a casa.
Nunca más volvió al bar “Aquarium”, pero todos los días, antes de acostarse, abría la nota que le habían mandado aquel miércoles después de la media noche; cerraba los ojos preguntándose si había sido ella, si era de ELLA el número y quien se llamaba Ximena… Aún sigue apretando la hoja con su mano y poniéndola cerca de los labios, casi besándola, casi viviendo una historia que aún no pasa.