sábado, 9 de enero de 2010

CARTA 1 el humo y el sueño


He intentado hacer esta carta cien veces, y cien han sido las veces que he pronunciado tu nombre. Miro alrededor y sólo veo el rastro de sombras que dibujan los objetos que me acompañan, y aún en todas ellas alcanzo a distinguir las tuyas: esas que dejaste acomodadas en mi tocador, en el espejo y en mi sillón mientras consumías cigarros al ritmo de una plática para seguir conociéndonos; Dios, te juro que pensé en ese momento “cómo envidio a ese cigarro que nace en su mano y muere en su boca”.
Esta noche sólo ansío escuchar tu voz y saber de ti no importando la distancia que nos separa: maldigo tres veces tres esta distancia que me roba tu cuerpo y te aleja de mis manos… de tus manos… que perforaron mis pulmones hasta que sangraron el alma. Quiero decirte que tus manos se han vuelto la cuenca donde abrevo la cura de mis heridas; tu boca, esa fuente de vida que me regresa al sueño despierto donde hoy volteo a mi lado y te encuentras aquí, cruzada de piernas mientras me ves cómo hago de una caricia tu verso, como hago de tus labios mi alimento, mis soles… mis lunas.
Hoy tu nombre me hace recordar esa tarde cuando me lancé con mi pluma a un ventilador y decidí dedicarme a ser Don Quijote… así, de esta manera no dejaré de escribirte, de pensarte, de sentirte como mi ventilador que destroza mis dedos para crear una historia inventada a la luz del amor, a la luz de tu presencia. No importa cuántos gigantes haya tenido que matar para llegar a ti, y no importa cuán filosas sean tus aspas… no me duele, no me lastimarían. Seré soñador que lleva como punta de lanza tu singular forma de decirme te quiero. He podido contigo levantar el vuelo y viajar a ese gran cuento que sólo los locos pueden entender, que sólo los locos podrían atreverse a navegar. Sí, soy un loco que puede enamorarse de la magia que sólo tú me puedes enseñar.
Pero una ventisca heráldica del invierno que se avecina me hace recordar que estoy solo… y aunque las fotografías que dejaste por aquí son cálidas, no se comparan con la hoguera de tenerte sobre mis piernas, enfrente, atrás, a un lado, al otro, y me desespero y me quiebro, me rompo me psicotizo, me muero, y busco la forma de arrancarte de todas las imágenes que miro, y rescatarte de todas ellas y tenderte en mis sábanas, revolviéndome, envolviéndome y vulnerándome contigo hasta perder noción del tiempo… el tiempo, ese duende maligno que me amenaza haciéndome más viejo y tú no estás aquí para distraerlo y salir huyendo juntos donde el tiempo y el espacio no nos alcance, donde sólo podamos ser tú y yo, nadie más, en un mundo donde sólo la hoja en blanco pueda ser testigo del cuento que escribimos juntos conforme vamos bailando la pieza que más tarde verá unir nuestras manos y fundirnos en el deseo de seguir danzando toda una vida, y toda una muerte después de ella para seguir amándonos más… en un sacrilegio donde invadimos lo críptico y violamos lo fantástico cuando al abrir los ojos… nos veamos reflejados en ellos.

domingo, 3 de enero de 2010

CARTA 2 cenicero



Había días en que envidiaba a ese cigarro que nacía en tu mano y moría en tu boca; hoy pronuncié tu nombre setenta veces y lo escupí en las cenizas. Traigo la garganta irritada, las encías sangrantes y los pulmones llenos de cáncer: todo momento contigo, significó la firma de mi condena de muerte.
Y vengo con el paso cansado, los pies y las manos cuarteados como lodo seco, el tono de mi piel es grisáceo, mis ojos de un blanco hueso, el cabello cenizo, los labios marchitos: cada beso que me diste succionó mi vida arrebatándome poco a poco el alma, hasta que el cuerpo quedó consumido como ese cigarro que apagas a la mitad y lo sacudes contra el cenicero; o como cuando lo dejas caer al suelo y con tu pie acabas con su existencia.
Me miré al espejo después de fumarme tres cigarros de lágrimas, mi reflejo me echó el humo a mi cara, burlándose de mí, imitando mi pena en forma sátira. En ese momento sentí cómo tronaban mis huesos: se oía similar al sonido que produce el tabaco que se quema cuando lo respiras, que es parecido al crujir de las ramas otoñales cuando un niño pasa corriendo elevando un cometa.
Esta noche me siento desesperado, fumando incesante, me quiebro, me rompo y me psicotizo y sólo quiero salir como humo por la ventana, acomodarme en el interior de tu cuerpo, que me inhales y exhales al compás de la caída de las gotas de sudor que tantas veces vio caer la luna. Pero el viento de invierno me recuerda que estoy solo; y me revuelvo, me envuelvo y me revuelco en el tiempo que tardo en encender otro cigarro.
Pierdo espacio, pierdo conciencia, me vuelvo un sueño… me vuelvo nada. Como cuando tras llenar el cenicero de colillas, las tiras a la basura y vuelve a quedar vacío sobre la mesa. No soporto más el ruido de tu risa que rebota en las paredes, tampoco aguanto las imágenes que se difuminan frente a mí, mientras te vas uniendo a mi olvido, mientras te guardo en el cajón de mi buró de todos los fracasos que he tenido, o apagar en el cenicero la historia que es narrada por el eco de tus pláticas interminables de tu vida y de los versos que escribí en tu memoria al ritmo del movimiento de la luz de las velas.
Esta madrugada necesito tirarme a la cama para dormir y despertar en un sueño donde nunca hayas sido inventada a la luz del fuego del amor. Estas últimas horas antes de que amanezca necesito quitarme la ropa para morir congelado una vez que te haya expulsado de mi mente, de mi cuerpo… arrojaré toda caricia, cada palabra de promesa y juramento por donde el “siempre te amaré” suena tan corto y tan liviano como la llama de un cerillo que es encendido en la profundidad de una caverna.
Es tan temprano… y tan tarde a la vez… El cielo se aclara, las nubes se tiñen naranjas, el café vespertino deja salir ya sus primeros aromas… similares a tu olor mezclado de tabaco y café que se desprendía de tu piel, que emanaba de tu boca, donde probé por primera vez el sabor añejado del alquitrán y la cafeína… tan amargo tu sabor como tu ausencia.
Esta mañana antes de que te vayas para siempre, te pido que te vayas como nunca y que nunca más regreses, te pido que te desnudes y te fumes esta carta para que te extingas con todo tus recuerdos y todo lo tuyo, tú, y déjame observar cómo lo haces para cerciorarme de que realmente lo hagas, para que pueda recoger con un puño tus cenizas y te sople al alba.