martes, 29 de marzo de 2011

Dejando de ser tuyo...


Vengo desnudo a pararme en medio de un claro nocturno, la luna hoy me hace su amante más celoso. No había encontrado a ser como tú, que me toca con una precisión tal que logra transportarme más allá de la tercera dimensión. Me haces gritar con tal fuerza que mis sentidos aman sentirte cerca. Enloquezco en tan poco tiempo cuando siento tus manos sobre mi piel que hierve toda la sangre y cada fibra de mis músculos. Dejo de ser tuyo por unos instantes, en aquellos donde exploto en cada roce, en cada beso desesperado cuando me voy contra ti como si quisiera arrebatarte el alma y las entrañas mientras tus dedos me hacen prisionero. Dejo de ser tuyo en ese momento. Soy de nadie, como si fuera Adán antes de encontrar a Eva, pertenezco a ese paraíso del que soy expulsado decenas de veces cada que muerdo la manzana de la discordia: cada que muerdo tu lengua o tu cuello porque no hallo de dónde sostenerme o agarrarme para arañar y destrozar lo que esté al alcance de mis manos, tu toque logra activar mi lado más prehistórico, más profundo, el primigenio, con el que puedo llegar a las cúspides más altas del orgasmo que resbala entre mis piernas. La humedad que guardas de tu cuerpo se ha vuelto el lago de fuego donde puedo sumergirme sin quemarme.
Mis ancestros saben que puedo escribir miles de poemas en honor a tu toque perfecto: me elevas, me doblegas, me dominas por completo con tan sólo pasear tu palma derecha sobre mi rostro; sí, he dejado de ser tuyo por instantes, le soy más fiel a tus manos y a tu boca cuando tus dientes muerden los labios, cuando tus uñas me recorren por completo, atravesando cada hebra y filamento de mi cuerpo enardecido por tu tacto casi divino que me baja a tierra con una mirada que se fija en mí llena de placer.
Portas un veneno tan tóxico en tu boca que me dirijo a ella en plena conciencia de mi adicción, que me llevará a la tumba, que no puedo desprenderme de ella. Muerde mi boca y libera a los demonios más sanguinarios que llevo dentro; sáciame con todo el dolor que tus piernas y cadera puedan provocar en mi vientre, aliméntame cada mañana con una palabra, muéreme y mátame con la espina de un silencio que calle los alrededores, pero regrésame la vida con el último beso de amor, en la noche, cuando tengo que dejar de verte.
Entre tus manos, tu cuello y tu espalda perderé la vida… ya he perdido toda mi alma; suicídame porque ya he dejado de ser mío, sírveme en un plato frío y cobra venganza en las sábanas que nos han protegido. No quiero dejar de ser tuyo, amárrame a ti aún cuando sientas que en pleno orgasmo me has perdido, amárrame a ti con cadenas alrededor de mi cuello, con sogas de cuatro cabos atadas a mis extremidades, móntame en un caballo de tortura y luego dispón de mí sobre tu cama como si fuera la tumba de mi agonía. No quiero vivir sin que primero me mates mil noches y cien mil más, no quiero ser mío ni tuyo si no paso por el viento que recoge las cenizas, no quiero ser tuyo si antes no comprendo que he dejado de ser mío por ser parte de ti, por sentirme tan adentro como un virus que derrota todas tus defensas y te deja tan vulnerable como un alevín en el océano, como un cordero perdido acechado por un lobo, como me siento yo cuando estoy a merced del toque de tu mano y dejo de ser tuyo y mío.

Dejo de quererte... dejo de ser tuyo... para comenzar a amarte.

domingo, 27 de marzo de 2011

Presente


Hoy murió un hombre para darle nacimiento a una estrella. En pleno duelo te sentí tomándome por atrás, rodeándome con tus brazos mi cintura y deslizar tus manos sobre mi pecho mientras pisaba flores de jacaranda. Me interné en una plática acerca de que el arte del amor tiene su fundamento en la disciplina, y volteé a mi costado: estabas escuchándome atenta mientras perdías tu mirada en la boca que te robaste desde el primer beso. Sostuve un diálogo en el balcón con el viento que versaba en el olvido, entonces te sentí más próxima en estos pensamientos ya tan tuyos desde que decidiste secuestrarme el alma cuando me quitas el aliento.
Pasé muchas noches sentado en la cornisa de mi casa llorando a la vida… esta me sonrió y te bajó en forma de estrella, entonces me devolvió la confianza y las ganas de amar entero… cada caricia de tus dedos recorriendo mi boca han servido de cura para mis labios agrietados, para mi vista marchita, mi voz ronca… Mi corazón es un libro abierto de un escritor que llora, cerrado, es una historia que espera, en fuego un espíritu que perdona; en cenizas, un cambio inevitable para renacer en hojas blancas que caen como gotas de lluvia para que un poeta cobre sentido de vida.
No soy poeta, aunque muero por serlo para acariciarte con letras sin que seas violada por mis palabras; tampoco soy novelista y mucho menos un triste cuentista: no soy escritor, de serlo estarías atrapada en un texto donde vivirás por siempre… No te quiero para siempre, te quiero ahora, y mañana… quizás hasta que mi cuerpo se haga estrella, pero para eso no debo ser un escritor que se engaña idealizando a un amor que no existe. Debo ser sólo un hombre que sepa enamorarte todos los días sin que dejes de amarme, debo ser solamente yo para amarte en libertad; sin embargo, todas las noches soy prisionero de la sombra grabada en mi colchón, de las huellas en las Catedrales que atestiguan nuestro andariego, de las risas y las lágrimas desatadas que corren como Aurigas que revuelven el día con la noche… Soy más tuyo que de la energía del universo, y soy más mío cuando siento tu cuerpo apoyarse en mí después del trabajo.
Eres más real que mis sueños: te puedo respirar, tocar y viajarte de polo a polo incansable andante de los caminos a Roma. No eres una necesidad, ni un refugio; eres la otra parte que no me hacía falta, tampoco la mitad que buscaba… Eres un valle entero donde no me pierdo si de pronto veo que nada hay alrededor; eres esa otra parte entera con quien encuentro motivos sin buscar razones: el punto de partida… y el punto de llegada.
Has venido siendo esa mujer sin dejar de ser niña, quien me mantiene en la tierra caminando… me olvido de volar porque no tengo alas, aunque confieso que al cerrar los ojos cuando siento tu boca escapo como Fígaro del laberinto de mi existencia; te has vuelto no sólo la mejor parte de mi día, sino mi día entero al saber que correspondemos al otro, al sentirnos seguros de cada paso dado, de cada plan que vemos desprenderse de los sueños para caer al suelo y verlo parte de nuestra relación, de esta vida que se ha encargado de bendecirnos aún en las peleas que terminan en un abrazo con tu rostro acomodado entre mi cuello y el hombro. Nos bebemos el llanto del otro cuando la sed de sentirnos amerita disculpar nuestra humanidad… la sensibilidad de ambos es lo que nos mantiene suspendidos a centímetros del suelo sin perder jamás el piso.
Somos caminantes que han visto situaciones amargas en el patio de la vida, exploradores que han subido cúspides verticales y viajeros del pasado proyectados en el futuro que realizan su presente mirando atardeceres que alumbran días obscuros; con esto te digo que la luz es mi elemento, eres esa luz que me dio la orientación… esperanza puesta en el filo del sol tras la tormenta, la ciudad donde decido detener mi sangre viajera. Encuentro en ti los elementos precisos que necesito para crear vida… tú.

martes, 22 de marzo de 2011

Café con aroma de ayer...


“Hoy toda la espuma de mi capuchino es para ti…”

Hace unos días leí esto en un blog de una ponderada amiga. Esta frase cayó en mí como aquél que tiene un recuerdo vago de su pasado, de esas veces que uno camina por la calle y escucha, huele, ve, o siente algo que le activa la memoria. “Quisiera que alguien se acordara de mí de esa forma”; pensé de inmediato. Seguro estoy que sí hay quién, y que es tanto que ni le alcanza el valor para marcarme y preguntarme cómo va mi vida, o expresarme que me ha extrañado como a nadie antes. En esos aromas del café, uno va descubriendo memorias de lo que un día pasa y al otro se va, mentiras que son tan verdaderas que duran lo que una unión falsa debe durar. Con bigotes llenos de espuma y un tabaco en la mano izquierda, estoy sentado pensando en las promesas que rompemos a lo largo de los años. Todo se vuelve tan efímero como la espuma de un capuchino… todo vuelve a ser parte del flujo de la vida, y aunque pareciera que todo es caótico y cambiante, en eso consiste su constancia y perdurabilidad. Nada se detiene, el mundo gira, mi café servido en su punto sublime de ebullición, regresó a la temperatura ambiental y está a punto de acabarse. Y seguimos recordando amores que se escapan en la presencia de otros más viejos o más nuevos, sin respetar órdenes alfabéticos o importancia emocional-sexual. Soy tan efímero como la espuma de un capuchino…
Quisiera que alguien se acordara de mí de esa forma y me pregunte qué es de mí, que me marque y me busque para decirme “te extraño tanto”… Pero quizás me falto ser más hombre o más sabio para lograr que alguien de mi pasado me guarde tanto cariño como para llorar de alegría por el gusto de haberme tenido en su vida. Soy víctima de la lectura del blog de mi amiga… y de su taza de café, de la espuma de su capuchino… de su recuerdo, y se me inundan los ojos por saber que soy vulnerable a los encantos de nuevos recuerdos, nuevos pasados que se van acomodando como rompecabezas en mi mente, donde cada pieza es fundamental para la estructura de mi vida, aunque en berrinches he aventado el tablero y recomenzar a construirme para acomodar de diferente forma mi vida: lo que debo callar, decir, lo que no hice, hice y/o debí o no decir… Son infinitas las formas de la espuma de un café capuchino que me he perdido viendo en cada burbuja una memoria de mi vida que desaparece conforme truenan por no soportar la caricia del aire.
El aroma del café es uno de los más nostálgicos, quizás superado por el vino, pero son de distinto sabor; el vino recuerda pasión de amor y odio, el café hace que uno recuerde pláticas, apapachos, rupturas quizás que se forjan en acuerdos como “será mejor dejar de vernos, estamos mejor así, lejos”… quizás por eso quiero me recuerden de esta forma, con una cálida sonrisa de aceptación que dos personajes de diferentes novelas coincidieron en la mano de un escritor. Pero la vida no viene como uno la pide, sino como a uno le toca, no es como pedir un café… y aún así, no estás seguro de lo que el mesero te sirva te va a gustar… sólo quiero que me recuerden de esta forma, con el sutil, amable y penetrante aroma del café.

Porque los sueños son tan livianos como espuma… tan frágiles como la vida… tan ricos como una buena taza de café capuchino.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Tenías que ser tú...


Tú…

Tú mataste a la última estrella de la tarde

Te has vuelto el motivo para rodearme de la noche

Tenías que ser tú…

Quien llenó de visitas mi ventana

Si supieras cómo aliviaste la mirada que pongo en la luna

Si al menos pudiera explicarte tu brillo en cada estrella

Tú… tenías que ser tú

Quien dibujara mi sonrisa por la mañana

Quien con una lágrima sanó mis viejas heridas

Tú…

La esperanza de ver caer el día para encontrarte

La razón de mi pisada sostenida en el adagio de mi vida

Tenías que ser tú…

Quien me enamora todos los días

Quien calma mis demonios tomándolos por los cuernos

Tú… tenías que ser tú

Que con su cuerpo me hierve la sangre

Que con su mirada me pierdo en el infinito en un instante

Tú…

La que he sentido latir largos minutos sobre mi pecho

La insólita forma de vivirte tantas veces en un beso

Tenías que ser tú…

Quien no me importa ver para saber que estás presente

Quien con un sólo dedo calló mi rabia

Tú… tenías que ser tú

Que con sus piernas traza las sombras de mi camino

Que es capaz de tomar mi mano para guardarme secretos de niños

Tú…

La que inventa formas de expresarme la manera de perder control sin hacerlo

La toxina necesaria para que mi sangre esté colmada mientras duermo

Tenías que ser tú

El incendio que detiene el viento de este tornado

La llama robada del Vaticano

Tú… tenías que ser tú

El orden de mi mente, la estabilidad de mis emociones

Sólo tú podías lograr tranquilizar mi temperamento insaciable

La mujer que no es de mis sueños… sino de mis realidades

La bendición de mi abuela antes de morir

Tú… Regalo celestial en el frío infierno…

Tenías que ser tú el primer rayo de luz en el silencio del invierno.

1er Viaje del año


Una noche antes de salir al primer viaje de este año, llegaste por mí en tu carro obscuro… la única intención era vernos, quizás unos besos húmedos que nos llevaran a imaginar también. En medio de la nada, en la espera de que pasara una insospechada lluvia sobre Insurgentes, los vidrios se empañaron. Tu aliento, el mío, las respiraciones agitadas, tu cuerpo. Dios, la delgada línea de tu espalda, la fina silueta de tu piel morena sometieron mis sentidos hasta transportarme a un jardín donde sólo se oye el viento acariciando los pastizales.
Pero el tiempo no apremiaba y me exigía partir hacia Guadalajara. Sentía el aroma de tu entre pierna en mi mano toda la noche mientras estaba sentado en el asiento del autobús. Vi los autos pasar con la misma rapidez con la que robé el deseo de abrevar de tus manos la miel de tu sudor interno. Esa noche, apenas cerraba los ojos y te veía sosteniéndome el rostro, soportando la mirada fija en un silencio que nos reconoció un lazo más allá de lo que hemos probado. “Empieza nuestro momento”, pensaba constantemente camino al hotel. Me quedé dormido sobre la cama, sin taparme, me bastó el rastro de tus manos viajeras en mi pecho. Desperté y era hora de emprender mis actividades; fui con mi madre a ver la Virgen de San Juan de los Lagos, nunca he sido un hombre devoto y siempre he debatido acerca de la fe, pero en una luz milagrosa también hice oración y pedí perdón por los actos de patanería a lo largo de los años, demandé grácilmente se me fuera perdonado por hacerme odiar con la única intención de seguir con mi vida hacia adelante: no quiero guardar rencor, pero es lo único que me dejaron sentir, donde la verdad al final hizo que fuera mentira todo desde el principio. De regreso, unas tazas y unas postales atravesaron mi andar para guardarte en objeto-imagen el momento en que me hallaba pensando en ti, en donde soñé despierto que me alcanzabas y me tomabas por la cintura, juntando tu cuerpo con mi espalda y responderte al son del beso lento que nos damos a lo largo de las calles que la ciudad atestigua.
Camino hacia Aguas Calientes, la extraña sensación de querer que estuvieras a mi lado, acompañándome se recostó sobre mi hombro. Pude sentirte tan próxima otra vez sin la necesidad de que estuvieras presente. Te quedabas casi quieta, con tus dedos juguetones enredándose en mis brazos, como siempre, o como nunca… no estabas ahí, pero era como si la memoria cobrara vida propia haciéndome vivirte de nuevo, como en las salas de cine donde te acomodas en la cuenca de mi brazo, clavícula y tórax. Caminando por las tierras de San Marcos, visitando la espectacular arquitectura de sus Catedrales, te hallaba en cada imagen y en cada grieta de ellas, llamándome, mirándome sonreír, sonriendo… siempre sonriendo. Tienes un encanto similar al del dulce de leche que compré para ti y que te los devoraste en una sentada; me dijiste claro: “no te quiero compartir ni en pensamiento”, pero los dulces fueron quienes resintieron tus celos al ser muertos para hacerte acordarte de mí y de mis ocurrencias.
Ya entrados en la hora del Dragón, el último sol de ese Estado alumbró mi rostro pintándolo de naranja y amarillo, en él me perdí por un instante mientras el autobús avanzaba directo hacia Querétaro (sol más bello postrado entre los montes y el cielo no había visto desde hace mucho tiempo). Entre la perdida entre el universo y mi pequeñez, escuché un murmullo del delirio que habías dejado en los oídos: “te quiero mucho, bicho”… Dormí profundamente sin registrar sueño alguno. Al despertar, las luces de la Ciudad de Querétaro alumbraron mis pupilas para dejarme acariciar por la tranquilidad de la noche. Cené en un restaurante colonial que apuesto te hubiera gustado… pero no estuve solo, tus mensajes me acompañaron durante la toma de alimentos, me subiste al taxi, también, y manejaste todo el camino hasta subir al Estado de León.
En León, visitando a mis parientes, hablé de ti como la mujer que vino a robarse el pensamiento y a quien le entrego mi libertad. Platiqué con mi madre de la familia, del sexo y del perdón… el problema hacia el otro, el que se vuelve objeto de fascinación y el amante que persigue, hablé sobre la imposibilidad de los humanos de llegar a una verdadera comunicación, el problema del otro comienza por el oído, según Levinás, de hacerse escuchar y de escuchar, no actuar en principio individualista… Las horas siguieron avanzando hasta acomodarnos en las almohadas.
Regresamos a Querétaro para salir con dirección a la Ciudad, sentía mi cuerpo suspendido por las pocas horas de sueño de casi toda la semana y el desgaste del viaje, aún así sólo quería llegar e ir a verte, darte los puños de regalillos que atrapé con una red para mariposas: desde el borreguito de peluche todo sucio que ya nadie iba a querer y que lo iban a tirar a la basura, hasta los aretes y pulseras que usas casi de diario ya (no hay mayor satisfacción en regalar que usen lo que se da). Sólo quería llegar para besarte, mis labios tenían necesidad de sentir los tuyos, mis manos perderse en tu espalda, tus piernas, tu rostro, querían conocerse y reconocerse en tu piel de fuego morena, mía, tu cuerpo tan fino como el de la arena en el fondo del océano, tu cintura diminuta, tu lengua incinerada… mi cuerpo reclamaba sentirte después de 72 horas de ausencia. Pero quienes más te extrañaban eran mis ojos y mis oídos, puestos en la mesa una vez que te tuve de frente, tranquilos, casi nostálgicos… algo pasaba en aquellos instantes más grande que nosotros que se nos olvidó decirnos cuánto nos habíamos echado de menos.