viernes, 2 de septiembre de 2011

La vida es una poesía... (de los 27, parte II)

Un beso traicionero
Un alma mutilada
Un amor cobarde
Un ramo de rosas desvestidas

El alma al aire
Los brazos de una puta
El beso ajeno
Los suyos, los míos
Los de otras
Morir dos veces
Quizás una…

La saliva blanca de la resaca
El sorbo de vino enfermo
Coger y largarse de inmediato
Confundir su nombre en otra cama
La traición pordiosera

El orgullo y la maldición
Los recuerdos viajeros:
Los que mueren lento
Los que se abandonan
Los más puros
Los que lloran

Amarnos, odiarnos
Encima de todo
Ser indiferentes
Ser de otros
Ser de nosotros mismos
De la vida, del olvido

Los libros… aquellos que te duelen
Los que te enamoran
Los que te hacen pensar
Aquellos que odias
Los que no terminas…

Encontrarnos y contarnos historias
En la playa, caminando
Bajo la lluvia, abrazarnos
En restaurantes, contemplarnos

Aquí estuviste todo el tiempo
Ahora danzas desnuda
Entregando poemas
Flores, noches, tardes
Aún cuando no estás
Bailas bajo la noche en mi ventana.

El trabajo, los viajes
El amor, el compromiso
La carrera, con la vida
Con la profesión, con la idea

La muerte lenta
Encuentros furtivos
Tener sexo a escondidas
Públicas, sus piernas
Su pelvis, ensombrecer después
Con el dolor y el sosiego
Los sueños rotos
Otros nacidos con la luna
Con el eclipse de otros nuevos
O viejos…
Como los años abandonados
Como el pasado pesado
La cruz a cuestas.

Las risas con la familia,
Con unas u otras,
Las amenazas
Los perdones;
La locura, las pastillas

Mi madre, siempre mi madre…

Y ahora mi novia.

Las ex celosas
Las que engañan
Las que son amigas
Las que uno admira
Las que se odian
Las que no valen
O que valen tanto que se largan
De las que nadie sabe
Las amantes.

Los tabacos extintos
Los marlboro y los delicados
Mi delicia, mi cáncer, mi condena
El gusto por lo propio
Por lo que se conquista
Llego caminando
Fuerte, con ritmo
Con pasos de artista
Trazos de Dalí
La vida es una poesía…

Se rompen las cadenas
Se liberó a la bestia
Y a su auriga para controlarla
Con voz, con mando;
Dominando el temperamento
Dominándome a mí mismo
Sin dejar de ser libre;

Esto es lo que se vivió
Lo que cambia…
Lo que alguien cambió
Lo que otras rompieron
Lo que yo exploté
Lo que emigré

El opio, la estupidez
Las borracheras, ella, el tabaco
Las canciones, las peleas
Los gritos, las risas, los reclamos
Los momentos eternos
El futuro, el anillo sobre mi dedo
En el de ella, los suegros
Mi titulación, mi certificado en tanatología
La culpa, el perdón, la indiferencia
El tiempo… es tiempo:

A veces me amaron, a veces me aman
Otras me olvidan, yo también las olvido
Algunas me perdonan, aprendo a vivir sin eso
Me rompen promesas, hago lo propio
No importa…

Rompo mis plumas por cada una
Y me quiebro la frente
Rompo letras
Las alas por una, las quiebro todas
Me lleno, me vacío
Riego mi tinta
En los campos de los vientres
De las espaldas
Baño mis manos y mis labios
Y escribo, me reescribo
Para hacerlo hay que ver lo peor
Y lo mejor de la fragilidad humana.

Es mi lucha, mi revolución
La que se lleva dentro
la que calla afuera

Mi grito de guerra
Donde me fusilo
Donde vuelvo a morirme otra vez
En su boca…
En la mía…
Es la suya, casi siempre es la suya
Muchas veces es mía
Sí, la vida es una poesía.


De los 27; parte I


El beso de Judas fue más leal que el último beso de ella; su nombre se quema en mi boca como brasa sobre papel de un libro viejo si lo pronuncio. Quise esperarla toda mi vida aquella noche que me dijo que se iba, la siguiente, al escuchar la respiración de él en el silencio de la madruga, tronaron mis nudillos y los meniscos de mis rodillas, comencé a caerme en trozos, tuve una lesión en mi mente que aún recuerdo ese sentimiento, ese vacío en el estómago, esa espada atravesando el pecho; esa misma noche me encamé con alguien, el sexo por revancha ha sido de los más sanguinarios momentos que he tenido, sintiéndola a ella por momentos, con ganas inmensas de desgarrarla, asfixiarla, morderla… pero en vez de eso, por cada tortura reprimida cien caricias le regalaba, lloré teniendo sexo mientras la besaba. Sudé sus besos gota por gota… y terminé tendido después durante siete días en mi casa sobre la cama. Veracruz fue el primer viaje de los 27, donde escupí un amor cobarde, mendigo; no había vivido un final tan triste de amor como esa. Le siguió el resto de octubre, noviembre y gran parte de diciembre recobrando fuerza que había perdido. Afiné los sentidos y me volví un perro sin misericordia, deshice mis entrañas y mis pensamientos borrando su rastro, lo hice con fuerza, desde la zona más obscura de mi ser, me valió soltarme entre nuevo cuerpos distintos y hambrientos, todas ellas enjugaron mis lágrimas con sus pechos y sus labios, todas ellas zurcieron sus ignominiosas heridas en mi garganta, en los pulmones, en la memoria… desde la prostituta a la virgen, desde la altanera a la sometida, en cada cadera rompí mi columna vertebral, mis manos, extrayendo su veneno de mis torrentes sanguíneos hasta que sepulté su nombre en una matriz tan ajena y extraña que apenas y guardo memoria de esa mujer. Para la última quincena de diciembre, hablé con ella, borracho, embriagado de dolor, sufrimiento y coraje: hice el mayor ridículo de mi vida, rogué su regreso, me quebré y sentí morir de tristeza, tienen razón, nadie muere de amor. Al otro día, en la tarde de domingo, levanté la mirada, se llenaron mis ojos con sangre, amarla y odiarla dejó de tener sentido. La vomité durante tres días, purgué sus restos, y sacó lo peor de mí cuando volvió a buscarme.
Ella nunca sabrá cuanto la amé, quizás nunca deba saberlo, su corta aventura conmigo logró causar un cambio irreversible en mi alma: pagué con su partida mi pasado, vengado por la maldición de su quimérica conversación y trato. Al final me trató como un niño, burlándose de mi llanto, mofándose de mi existencia. Regresé a mí con más fuerza, herido, mas no derrotado; ya para la primera quincena de enero, no volví a ser el mismo, me enfermé de indiferencia, junté los fragmentos de mi ser que estaban derramados en el suelo, destruí cualquier evidencia que la delatara, aprendí a caminar de nuevo, el fuego de otros vientres secaron los océanos de lágrimas llovidas desde que su ausencia se acomodó a lado de mi cama, donde hubo más de cien veces que me desperté con las travesuras de su fantasma… hasta que me consumí y renací en una madrugada cuando veía al techo; salí al balcón a fumarme el último cigarro de su presente, donde la saqué de mí con nubes blancas; bebí después su olvido: fue entonces que se escribió una nueva era en mis páginas, escritas con la sutileza del calor de la primavera, por encima del frío de cualquier recuerdo, colocándome más allá del bien y del mal.