domingo, 20 de diciembre de 2009

Escultor de hielo


Todas las tardes que llegaba a la casa pasaba a verlo; su casa era una antigua bodega para camiones de bomberos, ahí el vivía y trabajaba, casi no salía. Su trabajo era realizar esculturas de hielo para eventos de lujo, y a pesar de tener muchos conocidos en el medio artístico y político, él prefería pasar las horas construyendo otra obra en el enorme refrigerador que era su casa.
Un viernes salí temprano del trabajo, y antes de ir a proponerle matrimonio a mi novia, pasé a verlo. Toqué a su puerta y él salió a recibirme con una lánguida mirada y una profunda sonrisa; vestía con una camiseta muy delgada, unos jeans negros y botas negras a prueba de agua –si mantengo mis pies calientes, todo mi cuerpo se mantiene igual- solía decir siempre con una pícara mueca en la boca. Al pasar, me enseñó en lo que estaba trabajando, era un pedazo inmenso de hielo con cinco metros de altura y tres de ancho, me dijo que se la habían dado ese mismo día en la madrugada y que no reparó en saber al instante qué figura debía sacar de ella. Apenas llevaba la pura base trabajada, pero presumía que después de esto… él se retiraría porque sabía que no iba a superar su trabajo –después de esto, no habrá otra cosa por hacer, podré morir tranquilo, nada volverá a tener sentido para mí, porque, aunque me pidan cosas más elaboradas, nada podrá superar el arte al que le estoy poniendo a este bloque de hielo- dijo.
Después de esa visita, tardé unos meses en ir a verlo, las cosas se complicaron un poco para mí, pues me habían rechazado el anillo y decidí sumergirme en el trabajo; pero, quizá fue la curiosidad de saber de él, pues durante esos meses nunca lo vi salir de su casa, sólo se veía la luz prendida todo el tiempo, y durante las madrugadas, si ponía atención, lograba escuchar las fresas de esmeril y piedra tocar el hielo. Toqué el portón blanco… tardó varios minutos en salir a recibirme, cuando lo hizo, me miró de abajo para arriba –pasa, tengo algo que mostrarte- dijo enseguida de ¿reconocerme, acaso? Me pidió que me sentara en un rincón, donde solía estar un pequeño comedor con una cocineta, ahora sólo había un enorme charco de agua congelada, Dios, vaya que hacía frío ahí. Él comenzó a hablar sin parar, un monólogo de cómo tenía que ser tallado el hielo, terminó su discurso con una serie de sueños donde él aseguraba que esa figura lo acariciaba por las noches si él llegaba a quedarse dormido del cansancio, y que en ese momento, volvía al trabajo. Se despidió de mí dos horas más tarde, disculpándose –lo lamento, no es que te corra, pero debo seguir trabajando- puntualizó con una voz seria.
Tres meses pasaron para que pudiera ir a verlo de nuevo; toqué a su puerta, tardó más esta vez en salir a recibirme, y cuando lo hizo, no dijo nada, sólo dejó la puerta abierta para que entrara. El lugar parecía más descuidado, las cosas estaban en el mismo sitio donde estaban en la última visita. Esa tarde había ido a verlo para decirle que me iba a Europa, pero ante su indiferencia a mi presencia, sólo me quedé a observarlo. Noté que sus manos y su rostro eran de un azul muy tenue, sus barbas y su cabello largo, eran como pinos en inviernos, escarchados, y movía sus manos a esa figura con tal delicadeza que parecía que estuviera tocando a la mujer que ama y fuera su primera vez en estar con ella. Sin decir más, decidí levantarme de la silla sin hacer ruido y me fui sin cerrar bien la puerta.
Pasaron tres meses más, la puerta seguía entreabierta, tal y como lo había dejado, decidí pasar sin el más mínimo ruido; el piso tenía una lámina delgada de hielo y todo alrededor parecía estar cubierto de un campo hermético que mantenía las cosas sin polvo. Fui caminando hasta donde él estaba, y entonces, por primera vez en meses, pude ver lo que él había creado: un ángel de imponentes alas, una mano sostenía una espada que recién se desenvaina y la otra en la funda, con una rodilla en la base, la otra flexionada. El rostro de su obra era tierno, perfecto, podías distinguir cada facción, cada estela, cada detalle que él le había puesto; la figura estaba tan bien pulida que podías ver a través de ella. Quedé sorprendido, él ya estaba arriba de una escalera terminando, tallaba, con mucha suavidad, los cabellos. Realmente no quise molestarlo, estaba a punto de dar la vuelta para retirarme, pero dijo con una voz ya muy ronca –no te vayas, sólo me falta el último cabello para que la veas terminada- y decidí hacerle caso.
Estaba él terminando de tallar el último cabello, y en el último trazo con su cincel, algo hizo que el ángel se cuarteó por completo y cayó en pequeños pedazos al suelo, en pequeñas cristalinas lágrimas de un niño que pierde a su familia, en gotas de rocío que aparecen en las hojas veraniegas en la primera lluvia del año. Él lanzó un grito en silencio, volteó a verme, sus ojos parecían ser de un ciego, azules, sin retina, su piel era de un azul de alguna playa griega, sus cabellos y su barba parecían estalactitas que se forman en millones de años dentro de las grutas. Se quedó sentado en la escalera con su mirada vuelta hacia mí y vi cómo poco a poco le salían un par de gotas azules por los ojos. Mi corazón quebró en ese instante… me paré enseguida para salir, y él se quedó inmóvil.
Durante la siguiente semana los vecinos empezaron a quejarse por el agua que salía de esa casa hasta que llegó la policía, fui para allá para saber qué había sucedido, alguien les indicó que yo solía entrar mucho allí, por tanto los policías pidieron mi declaración. Pedí me dejaran pasar, pues la última vez que entré había olvidado una bufanda del amor que me había rechazado; al entrar, no había nadie, sólo una escalera en medio, con una camiseta blanca en el suelo, unos pantalones negros en el último peldaño y unas botas negras más abajo… todo el piso era agua, debajo de la escalera un charco azul. No había mucho qué decir ya a los policías, dejaron minutos más tarde que me fuera a casa. Ha pasado ya tiempo desde aquél incidente, algunos rumoraron que abandonó el lugar y se fue al sur, otros más a la Antártida… pero yo sé bien que no fue así.
Hoy decidí poner flores a la puerta de su casa y una escultura de cristal de un ángel para acompañar el arreglo. Esta tarde también llegó ella a la casa, la dejé pasar, no dijo nada, sólo me veía escribir… y minutos más tarde dejó la puerta entreabierta.

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