martes, 9 de febrero de 2010
Barco de papel
Hoy abro mi memoria para recordarte, he sacado todas tus cartas, todos tus poemas… todas las imágenes que se quedaron congeladas hace unos años, para que hoy se pongan a mi mesa y hable de ti. No quiero hablar de verdades que no sean necesarias colgar en el barandal de mi balcón, tampoco quiero exponer tu nombre, ni quiero fanfarronear que algún día, en estas manos sostuve tu rostro, y tu vientre; mas si lees esto, sabrás que es para ti. Las intenciones… es que al terminar de escribir, pueda arrancarte una sonrisa, quizá logre me marques, quizá, también, que puedas responderme esto y vernos para ver cómo nos han pasado y pesado los años.
Hoy quiero hablar de ti, la razón: una canción que cada que la escucho me vienes como eco perdido en un valle azul. Por eso me atrevo a interrumpir a hablar de quien no puedo mencionar para no comprometerla, pero por eso también, en este preludio, quiero referirme a ti, quien cambió mi vida y la forma de amar.
Cada imagen que tengo de ti, son como gotas de rocío que bajan por el tallo de una rosa y se deslizan hasta el suelo. Sin duda, de los recuerdos más fidedignos se remontan a los tiempos de risas y sueños en una Tierra Salvaje que muchas veces nos vio llorar, hundir barcos, plantar en concreto semillas de café, y por fin, el último beso. Pero antes de que esto pasara, quizá porque no me quiero meter con el final desde un principio (¿o será que el final fue mi principio?), nosotros tuvimos un momento que pareció más eterno que cuando se dice “para siempre”. El primer beso, de todos y tantos que le siguieron, fue en un café allá por Plateros, donde, para variar, llegué tarde, con un tulipán rojo con naranja en la mano; tú sentada, bebiendo café, leyendo y un tanto desesperada, nunca te diste cuenta, pero estuve diez minutos observándote antes de entrar. Sí, me acerqué y te di un beso como si nada, como si fuera un día cotidiano y lleváramos años saliendo (fue parte del trato, pactado un día anterior por teléfono) esto data de un 14 de febrero del 2007. Quizá algo pasó en ese café, pues fuimos a escondernos a otra cafetería detrás de unas hojas de bambú, cada uno pidió una infusión, tú de frutas salvajes, yo de fresa con kiwi, y tras hablarnos poéticamente, sucumbimos al primer beso, largo como invierno, profundo como el alma de un aciano. Fue la primera vez, mi querida guerrera, que un beso me suspendió a tal grado que dejé de escuchar los sonidos que produce la calle, el choque de las tazas en los platos, las risas y murmullos de la gente cercana; es el beso más dulce y más intenso que me han dado, ni siquiera el primer beso de toda mi vida pudo comparársele; no supe de mí… sólo eras tú y sólo tú con la nada entre los labios, porque ese día fui más de alguien que de cualquier otra, ese día desaparecí en la ciudad más grande del mundo. Ese beso me persiguió durante varios meses y luego se puso en mi diario donde está asegurado con la advertencia: “cuidado al abrir”. Tan dulce fue ese beso, mi guerrera, que la mesera se quedó parada varios segundos entre nosotros, viendo cómo nos besábamos, y tal fue su presencia que nos hizo separarnos y preguntarle: “sí, qué pasa…” A lo que ella contestó: “perdón, no los quería interrumpir, se veían muy lindos ¿les ofrezco algo más?” Tras ese comentario, nos pusimos rojos, respondimos y seguimos con la misma magia con la que habíamos empezado ese beso... Ese beso significó, guerrera, el título de mi primera publicación: “La religión del beso”. Después de ese día, un montón de sucesos pasaron que nos fueron rasgando, pero este es el recuerdo que mejor guardo de usted. Necesitaba contárselo al mundo ahora que no tengo compromiso ni hiero susceptibilidades, porque aunque mis letras se deben leer bajo la responsabilidad del lector, estoy consciente de que hay cosas, que no tienen por qué saber, porque son muy de uno, o porque son de todos, cuando ese uno es libre. Luego llegamos a la cafetería de Doña lucy, y recibiste una rosa roja… Y la sonrisa que dibujaste en el rostro, jamás podré olvidarla, nunca me han dado una sonrisa tan pura y sincera hasta la fecha con tan poquito, sólo una rosa… ¿qué más se necesitaba?
Guerrera, prefiero detener hasta aquí el momento más dulce contigo y no llegar a los cómos ni los por qué de nuestra separación. Llegué temprano a su vida, y evidentemente usted hizo lo propio a la mía. Pero de no haber llegado a mi vida, tú… Mi amor y forma de amar no se entenderían sin ti. Con nadie sostengo la misma comunicación que con usted tuve, no sólo eran silencios, o las pláticas sólo por tenerlas, había un tono más allá de lo que el común de la gente tiene, era una forma poética que se transmitía al hablar en metáforas, en historias, en lecturas, escuchar mi voz, escuchar la suya detenidamente sin que nos apresurara el tiempo; podíamos estar más de 10 horas consecutivas riendo, recordando, disfrutando, imaginando, soñando, atreviéndonos, encerrarnos en nuestro mundo, que aunque a veces era interrumpido por terceros, se veían sin querer, desplazados ante la forma de hablarnos y entendernos.
Han pasado tres años, hoy se cumplen; un día como hoy me hablaste por primera vez, y el efecto fue irreversible, algo hubo en nuestras voces que fue como si se reconocieran al instante. Desde entonces, todos los días pienso en usted cuando menos una vez, hubo días en los que quería ir a buscarla; cuando no me contenía, lo hacía, pero nunca estaba en su casa; había otros días en donde sólo te bendecía para que tus sueños fueran vigilados con la misma ternura con la que sucedió nuestro primer beso.
Hace poco que la vi, mi diosa guerrera, he de comentarle que gracias a usted nació “El mito de la estrella”, y aunque su historia se quedó en su génesis, todavía sigue latiendo viva en las páginas de otros amores, pero cada vez más detallada y más genuina. Usted le dio a mis letras el don de separarse de la razón para poder escribir con las vísceras (ahí es donde está dios, decía uno de los músicos más famosos); ahora que la vi, que la vi amando y cuidando a otra persona, me llené de envidia, de poder ser él y dejarme en tu cuidado, que rechacé porque mi alma es libre y no soporta tantos encantos (aunque muero por tener eso de nuevo o de vez en cuando), porque prefiero yo proteger, a ser protegido, prefiero cazar, inventarme, reinventarme, probar, probarme, desafiar, ser desafiado, revolcarme con la vida en las calles, en amores pordioseros, en otros que no son tanto, otros que son sublimes, pero todos han perecido de alguna u otra forma, mas no me arrepiento.
Hace poco, antes de verte, vi que no soy un alma para ser solitaria, que quiero seguir mi vuelo, pero quiero alguien para que me acompañe; que quiero una musa de por vida, no importa si está casada, comprometida, tiene novio o simplemente no puede estar conmigo. Quiero alguien valiente que pueda tomar mi mano sin soltarme, pero darme un beso si debo seguir mi camino, sin atarme, pero sin dejarme. Verte, corazón, significó voltear atrás y ponerme esa sonrisa que le había negado, e incluso vuelto en una mirada de pena, hoy puedo buscarte sin buscar algo de ti.
Es bueno verla de visita a mi nido, construido en el sauce llorón de los montes Kasbek de la estrella del norte: “ahora no me la trajo un tiburón blanco, ella ya no estaba herida (…) vino en su barco de papel, porque así lo quiso”.
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