domingo, 27 de marzo de 2011
Presente
Hoy murió un hombre para darle nacimiento a una estrella. En pleno duelo te sentí tomándome por atrás, rodeándome con tus brazos mi cintura y deslizar tus manos sobre mi pecho mientras pisaba flores de jacaranda. Me interné en una plática acerca de que el arte del amor tiene su fundamento en la disciplina, y volteé a mi costado: estabas escuchándome atenta mientras perdías tu mirada en la boca que te robaste desde el primer beso. Sostuve un diálogo en el balcón con el viento que versaba en el olvido, entonces te sentí más próxima en estos pensamientos ya tan tuyos desde que decidiste secuestrarme el alma cuando me quitas el aliento.
Pasé muchas noches sentado en la cornisa de mi casa llorando a la vida… esta me sonrió y te bajó en forma de estrella, entonces me devolvió la confianza y las ganas de amar entero… cada caricia de tus dedos recorriendo mi boca han servido de cura para mis labios agrietados, para mi vista marchita, mi voz ronca… Mi corazón es un libro abierto de un escritor que llora, cerrado, es una historia que espera, en fuego un espíritu que perdona; en cenizas, un cambio inevitable para renacer en hojas blancas que caen como gotas de lluvia para que un poeta cobre sentido de vida.
No soy poeta, aunque muero por serlo para acariciarte con letras sin que seas violada por mis palabras; tampoco soy novelista y mucho menos un triste cuentista: no soy escritor, de serlo estarías atrapada en un texto donde vivirás por siempre… No te quiero para siempre, te quiero ahora, y mañana… quizás hasta que mi cuerpo se haga estrella, pero para eso no debo ser un escritor que se engaña idealizando a un amor que no existe. Debo ser sólo un hombre que sepa enamorarte todos los días sin que dejes de amarme, debo ser solamente yo para amarte en libertad; sin embargo, todas las noches soy prisionero de la sombra grabada en mi colchón, de las huellas en las Catedrales que atestiguan nuestro andariego, de las risas y las lágrimas desatadas que corren como Aurigas que revuelven el día con la noche… Soy más tuyo que de la energía del universo, y soy más mío cuando siento tu cuerpo apoyarse en mí después del trabajo.
Eres más real que mis sueños: te puedo respirar, tocar y viajarte de polo a polo incansable andante de los caminos a Roma. No eres una necesidad, ni un refugio; eres la otra parte que no me hacía falta, tampoco la mitad que buscaba… Eres un valle entero donde no me pierdo si de pronto veo que nada hay alrededor; eres esa otra parte entera con quien encuentro motivos sin buscar razones: el punto de partida… y el punto de llegada.
Has venido siendo esa mujer sin dejar de ser niña, quien me mantiene en la tierra caminando… me olvido de volar porque no tengo alas, aunque confieso que al cerrar los ojos cuando siento tu boca escapo como Fígaro del laberinto de mi existencia; te has vuelto no sólo la mejor parte de mi día, sino mi día entero al saber que correspondemos al otro, al sentirnos seguros de cada paso dado, de cada plan que vemos desprenderse de los sueños para caer al suelo y verlo parte de nuestra relación, de esta vida que se ha encargado de bendecirnos aún en las peleas que terminan en un abrazo con tu rostro acomodado entre mi cuello y el hombro. Nos bebemos el llanto del otro cuando la sed de sentirnos amerita disculpar nuestra humanidad… la sensibilidad de ambos es lo que nos mantiene suspendidos a centímetros del suelo sin perder jamás el piso.
Somos caminantes que han visto situaciones amargas en el patio de la vida, exploradores que han subido cúspides verticales y viajeros del pasado proyectados en el futuro que realizan su presente mirando atardeceres que alumbran días obscuros; con esto te digo que la luz es mi elemento, eres esa luz que me dio la orientación… esperanza puesta en el filo del sol tras la tormenta, la ciudad donde decido detener mi sangre viajera. Encuentro en ti los elementos precisos que necesito para crear vida… tú.
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