Ha callado mi pluma en estos últimos años, pero no ha sido
coincidencia: de niño le escribía a mi madre agradeciendo sus cuidados y tierno
amor, en mi adolescencia al primer amor y al devenir de la vida cuando murió el
hermano mayor; ya en la juventud escribí versos a todas las musas que pasaban
conmigo noches enteras, solitarias y románticas, le escribí tanto al amor y al
desamor, al sufrimiento, a los sueños rotos y al dolor que se me olvidó
escribir a la lluvia que moja las calles, a los atardeceres y a las playas que
se tendieron bajo mis pies en noches de verano. Ahora que maduraron mis manos y
mis convicciones son otras, dejé de sufrir por amor, me preocupa ahora el niño
en el vientre de mi mujer… mi amada esposa que tan pocos versos le he escrito y
quien ha sufrido y llorado conmigo mis penas, glorias, éxitos y fracasos… Es
más fácil escribir cuando me abandonan que escribir a la comodidad de una
caricia conocida, unos labios siempre dispuestos a los míos y a las noches de
amor que provocaron la llegada de mi primer hijo.
Es más fácil hablar del infortunio de la noche en llamas
Las que dejaron mi alma en cenizas cuando rogaba que volvieran
Lamentaciones bíblicas caídas al infierno por mi pecado
Perforando mi pecho sangrante en las lunas sollozantes
De soles rojos que nunca vieron mi cuerpo tendido entre sus piernas
He podido regresar con propósito a mi elemento: la nostalgia corre fatua
para ensoñarme… Pero sigue estando vacía la ovación a mi nueva vida, al hijo
que crece, a mis trastornos mentales, a la esposa que soporta mi claudicante
paso con tal paciencia que podría erigirle un monumento de cobre en el silencio
de la habitación. La mirada de ella da calma y sosiego, su olor es tan ligero
que huele a noche de invierno y café, en ella me completo como un niño bajo la
falda de su madre que corre a ella cuando tiene miedo, mis miedos y pesadillas
son capaces de volverme un infante que necesita protección de una mano divina,
la mano de mi amada es el jardín secreto de mis fantasías cuando me toca y me
lleva a recorrer los bosques húmedos del invierno. Ella me quita la amargura y
oscurece mis cielos cuando se va, vivo en ella y por eso es que no le escribo, porque ya no sufro por amor, he dejado de querer salvar al amor desde que ella se
encuentra conmigo, ya no araño las paredes ni me voy arrastrando por los suelos
suplicando una noche más con ella, ella es mi noche y mi día, donde al atardecer
nuestros labios se encuentran y juegan a ser uno por un instante.
He dejado de escribir porque la soledad dejó de ser mi compañera,
desleal e infiel que me abandonó al saberse inútil, ahora la veo a veces por
las calles simulando no conocerme, como si todas las noches que gozamos juntos
fueran sólo una noche de amantes que se encuentran y se pierden para siempre.
Y sigo escribiendo poco a la naturaleza y a las cosas cotidianas que
nos rodean:
Arde sol de otoño y quema las hojarascas que sostienen mi andar
Libérame de las cadenas del pasado y sacia con mi sudor la tierra
Me pongo de rodillas para que hagas de mi cuerpo tu alimento
Y te burles de mi cadáver cuando te ocultes detrás de los montes.
Soy un hombre decente, puedo escribir al sol, a la tierra y a mi amada,
pero ¡qué poco he hablado del que me sigue! Mi hijo será un hombre más
afortunado que yo, estoy seguro, mi hijo no sabrá de golpes, de traiciones a su
madre y de familia rota por la infidelidad con amantes como lo tuve yo, y al
igual que yo tendrá abuelos de los que tendrá vagos recuerdos, que existieron
un día pero nada más, mi hijo es afortunado, tendrá un padre dedicado a su
familia y al arte y a la literatura, quizás le guste, a lo mejor no, pero
tendrá la opción de tomar sus decisiones por amor y no por miedo o por buscarse
otra salida, el amor de mi hijo será formado con amor y no con autoridad, será
más afortunado que yo.
Crece, retoño mío, que la tierra en la que tú creces es fértil
Anda y da los frutos más jugosos y dulces que con amor serás regado
Entierra tus raíces tan profundas que ni un huracán será capaz de
quebrarte
Luego haz sombra donde los tuyos encuentren el mismo consuelo
Que tú habrás encontrado con tus padres.
Es difícil escribir cuando uno está enamorado de la vida, cuando ha
dejado atrás las traiciones, las tristezas y soledades, mi pluma calla cuando
uno ya no se embriaga por las noches y fuma sin parar mientras se inspira en la
noche con algún recuerdo. No había encontrado una voz madura que escribiera
sobre el amor verdadero: a la compañera de vida y al hijo frágil que dormirá en
mis manos. Ese es el amor a mi esposa, no el arrebatado y visceral con el que
uno ama en la adolescencia, sino aquél que se cultiva con dedicación y vocación
de amar, de respetar al otro, con apertura y diálogo, fortaleciendo la
confianza. Para lograrlo… seguiré teniendo vida para gastar con ella y con mi
hijo que está por nacer, hasta ver que se haya vuelto un buen hombre sensible
de su entorno... y aún así, mi labor terminará cuando cierre los ojos y me
quede dormido en la perpetuidad del sueño de la vida.
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