sábado, 9 de octubre de 2010
Sutil dolor
He de confesar que traigo un dolor en la pierna que me hace pensar en ti, en la tarde donde apasionados sucumbimos a nuestros deseos pasionales que se colocan como un lastre debajo de la cintura. Este dolor no es como aquél que después de hacer ejercicio termina adolorido y quejándose porque el cuerpo nos reclama que lo saquemos a oxigenarse… es más como un sutil dolor que provoca una pícara sonrisa que se asocia con millares de imágenes en las camas que nos han sostenido la espalda. Tu espalda… y la mía siempre arañada de tal forma que pareces dibujar un código de barras, una huella del sentido de pertenencia que me hace ser sólo tuyo. También sirve de advertencia para quien llegara a pretender tocar lo que es ya por antonomasia tuyo.
Dolores pasajeros que se instalan en el corto tiempo de una vida, mi vida contigo… si tuviera otras mil… otras mil me pasaría a tu lado. Pero sólo tengo una vida que se arrulla hasta quedarse dormida mientras vigilas mis sueños (aunque tú te quedes dormida más rápido), cuidas mis ronquidos, mis saltos repentinos, y yo también de los tuyos.
Este tipo de dolor, similar a un calambre cuando camino o alzo la pierna, significa amor, entrega y duelo. No pretendo volver a conocer la soltería, aunque estaba ya acostumbrado a ella cuando llegaste, mis estados de negación, ira y demás, fueron superados por los mil besos que me has dado y por los millones que te faltan aún por darme. Tu boca siempre mía, así como tus piernas y la mariposa en medio de ellas. Pequeña juguetona que me hace volar a las estrellas, esto es casi literal después de un orgasmo, después de haber amado.
Hace ya dos semanas que el dolor permanece, y estoy orgulloso de decir que es tu culpa, pues quiere decir que aún no paramos de sentir esa atracción que tuvimos al instante en que se me dio la gana de colocarte un beso en los hombros para que tú me pidieras un beso… sin pedirlo, sólo por el antojo que funcionó como carnada y culpable del que seamos adictos el uno del otro.
Para ser franco, prefiero que el dolor se cobije en los músculos de mi pierna que en los del pecho, esos no sólo quiebran el alma, sino que también saben amargos y con el tiempo hasta pierdes la confianza, misma que recuperé al saber que tú nunca querrás irte por mucho que pretendas hacerlo, dejé amapolas en cada una de las cuencas de tu piel para que siempre estés en pleno viaje conmigo y me veas como el mejor hombre aunque no sea cierto, como el mejor amante sin obtener algo a cambio, como el mejor amigo sin que pueda escuchar que tienes novio, como la mejor persona que hayas conocido aunque me quiebre, me rompa y te mande a veces al diablo (el problema aquí con esto es que yo soy el diablo, así que te mando conmigo y entonces pierdo).
Poco se sabe, considero, de los dolores que causan sonrisas, uno siempre se queja cuando duele algo, y se dirige al médico para querer curarse… Esta domingo quiero hacer lo mismo, quejarme contigo como mi doctora para que me recetes una precisa dosis de caricias, con todo e inyecciones de besos, también unas tabletas de endorfinas para que pueda bailar un exquisito mambo horizontal hasta que el sol salga huyendo porque no puede aceptar que estamos pecando, y sea la luna la que nos ponga esa música que sólo los amantes prohibidos bailan. No es que seamos prohibidos entre nosotros, pero imagínate si pudiera decirle a tus padres con toda la apertura de mi mente y mi boca: señores, su hija es la mejor mujer-amante que han atestiguado mis sábanas y las ajenas.
A resumidas cuentas, no sólo eres mi novia, mi amante, mi mejor amiga, mi familia, y lo mejor de todos mis días, sino que también eres ese sutil dolor que me despierta por las noches para invitarme a seguir fundiéndonos entre el calor de mi cuerpo y el tuyo.
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