viernes, 19 de noviembre de 2010

Lluvia de noviembre


Dedicado a ti, mi mejor amiga, mi ex novia, mi mejor amante… sólo a ti, te doy un aplauso, porque tardé en darme cuenta lo que hacías, dejándome probar la cucharada de mi propia medicina.

La fría lluvia de noviembre me tomó por sorpresa mientras lloraba mi derrota… pero cada una de tus palabras, me encendieron tanto que mi cuerpo se cubrió de llamas, la mirada de fuego, mi boca llena de cenizas. He fumado al grado de que mi boca ahora se encuentra rota; pronuncié tanto tu nombre que marchitó la lengua, rasguñé todo mi cuerpo hasta sacarme el rastro de espinas que dejaste con tus caricias, luego las flamas hicieron lo suyo, calcinaron los caminos recorridos por tus dedos.
Y fui deambulando como gato de azotea por los techos de mi casa, callado, atento, invocando a la muerte, sacudiendo la locura, fundiéndome con la noche, con el frío de noviembre, con su lluvia… y seguí ardiendo. Viniste como lluvia de verano, tomaste tu camino con la lluvia de invierno. Hay algo especial en este tipo de clima a estas alturas del año, son inusuales, nostálgicas, y sientes que el frío moja las sábanas aún después de seco. Pero este tipo de lluvia no bastó para calmar mi rabia, mi decepción y lamento. Por el contrario, alimentaba las ganas de seguir explotando, recordando cada palabra de amor, cada omisión, las acciones nefastas de irme lanzando dardos por la espalda, hasta que caí en el fondo del colchón, del piso de mi baño azotado por el recuerdo y el deseo de no querer soltarte. Cada una de tus locuras, euforias, gritos, reclamos, risas, abrazos, besos, sexo, historias, pasiones, arrebatos, visitas, llamadas, pláticas, comprensiones, lágrimas, canciones, cuentos… se lanzaron al abismo aquella noche en el Puerto de Veracruz, donde supe que estabas con él, que no es tu amigo, ni tu esposo, pero tú sí la amante.
Tomé todas tus cartas, los objetos olvidados en mi casa, y al ritmo del “claro de luna” las puse en una botella que fue tragada por el mar. Esa noche dejé de ser tuyo, esa noche fui del olvido; entre a un bar para beberme los besos salados que le dabas a él esa noche, hice lo propio con una desconocida que se portó como una dama, y como tal la traté al llegar al hotel. Me deshice de ti por un instante mientras observaba cómo nadaba en mi cuerpo, haciendo cicatrizar cada una de tus heridas, luego se marchó llamándome “caballero”. Me paré de la cama, me dirigí al espejo, lancé mi puño contra el reflejo, llorando, con el alma a la mitad, con el espíritu deshecho. Cuando llegué a la ciudad, ya faltaba algo, y me volví de sal y de coral, aún alcancé escuchar al mar gritarme una blasfemia ¿quién carajo quiere las sobras de un amor? Sin voltear atrás, seguí mi camino. Tú servida en los brazos de otro, casado, con hijo, hoy lloro por ti, hoy te amo, pero mañana me recupero, mañana levanto los pedazos de carne que dejé en el suelo de tanto caminar de lado a lado mientras sabía de todo lo que hiciste sin yo estar enterado. Las verdades cayeron como cuchillos a la cabeza, quise pegarme un tiro en ese momento ¿es ésta la mujer que amo? Preguntaba constantemente mientras las sales cerraban los besos quebrados en la almohada. Ahí estaba yo, solo, sórdido… como aquél esquizofrénico en la cámara de algún psiquiátrico, que escucha voces y se tapa los oídos… te oía pero ya no entendí nada. Maldije el tiempo contigo mientras me arrastraba por el balcón, pidiendo clemencia a la vida, suplicándole que me tomara del pecho y terminara conmigo. Pero sólo tomó mi rostro de piedra, y dijo con voz profunda: “nadie que te haga llorar merece tus lágrimas, si tiras la mirada, recógela y ponla en otro lugar, yo no te mando cosas que no puedas superar, ella pierde más, ella nunca será la única en la vida de él… tu caso no correrá la misma suerte, pero sino pasas esto cómo valorarás, tenías que pagar todo el daño que hiciste, ya no me debes nada, te dejaré en paz… ella también lo hará”. Me dejó caer, troné mis tobillos y seguí con mi vida. Hace un día de tu partida, y ya comienzo a sentirte como si nunca hubiera existido tu cuerpo desnudo sobre la cama, ni te veo bailar, ni brindar por este amor. Las imágenes caen como ceniza al aire, esparciéndose hasta desaparecer de mi vista.
Vengo esta noche a escribirte las últimas líneas, a poner punto final a esta novela narrada al compás de las velas, a cerrar el libro y quemarlo con tu falda, con tus promesas de amor que jamás se cumplieron; hoy te las devuelvo en un cenicero. Sin sentir pena, ni rencor, ni odio, sería darte más importancia de la que mereces, para qué tratarte como princesa si gustas de ser tratada como lacaya, de qué me sirve darte mi amor en bandeja de plata si prefieres el latón, de qué me sirvió haberte amado, si iba a terminar engañado.

3 comentarios:

Robin dijo...

Vaya... me sorprende de ti caballero?? Hablaste con la verdad?!?

Pluma de Fénix Negro dijo...

Las cosas que uno calla, las cosas que son ficción, otras que no tanto... siempre traté a mi novia como una reina... cuando se alejó sacó lo peor de mí. No todo mundo lo logra, si leyerás lo que escribo ahora, si vieras cómo me rompí ayer hablando con ella... me entenderías y retirarías lo dicho.

Robin dijo...

Se muy bien que le reclamaste que hablara con la verdad y resulta que tu tal vez no? En quien pensabas mientras estabas con esa "dama"?