miércoles, 29 de diciembre de 2010
De las profundidades océanicas
Ayer recibí un correo de una muy querida amiga, a quien moví con el último texto. En el comentario de dicha entrada me dejó una reflexión que me ha traído dando vueltas desde que mandó sus letras. Les comparto lo siguiente:
Hace doce años, el día de mi cumpleaños 15, y meses antes de que falleciera mi hermano, tuve una fuerte experiencia de vida-muerte que jamás olvidaré. Fue el último viaje que hicimos juntos como familia, y mi padre tiene alma de aventurero.
Esa mañana salimos a montar sobre caballos, más tarde, fuimos a “esnorquelear” en roqueta; ya entrada la tarde me lancé del “sky coster”, luego fuimos a manejar motos acuáticas, después me subí al famoso “parachute” que con tanto fervor anuncian los costeños de Acapulco. Para descansar de tan ajetreado día, decidimos meternos al mar a nadar un poco. Como nos encontrábamos en el revolcadero, me estuvo enseñando cómo entrar a las olas y salir nadando con ellas… pero mientras hacíamos esta acción nos fuimos internando poco a poco al rompimiento de olas, esto es: olas de diferentes corrientes se encuentran para formar una tercera ola, más grande y fuerte, que es laque con el impulso crea varias olas pequeñas delante y atrás de ella para llegar a la playa.
Recuerdo ir caminando y observar como el mar jaló el agua, miré hacia mis pies y enseguida noté un abismo, producto del relieve marino, durante fracciones de segundos estuve parado al filo de un abismo, donde la obscuridad del mismo llevo retratado en la mente, parecía no tener fondo. Acto seguido escucho la voz de mi padre gritándome “nada, hijo, nada”, y en un parpadear estaba yo en una lucha de vida con el océano. Al principio trataba de llegar a la playa, pero casi después de 10 minutos de braceo continuo, y de sentir al mar absorbiéndome, comencé a nadar con más fuerza, casi sobrenatural con lo cansado que estaba ya desde antes… Pero el mar es inmenso y hay que tenerle respeto, me llevó a donde hace su rompimiento para formar la tercera ola del cual hablé unos párrafos atrás. Dejé de intentar llegar a la playa, ahora luchaba por llegar a la superficie, casi sentía al océano tomar mis pies y hundirme, con la cabeza arriba sólo veía como el sol se rompía en millares de estelas, mi cuerpo estaba totalmente bajo el agua. En un impulso de supervivencia, logré llegar a la superficie y gritar con lo último que tenía de aire, sin estar de acuerdo e incomunicados, mi padre hizo lo mismo, terminando su dolor pronunciando mi nombre por la desesperación de no poder salvarme. Los gritos en conjunto llegaron a dos surfistas que se deslizaban sobre sus tablas en las olas. Uno de ellos se sumergió para tomarme del pecho y por debajo del brazo para colocarme sobre la tabla. Recuerdo que por segundos, tras mi último grito, dejé de luchar, el agua salada en mi estómago, en la boca, en los ojos y el agotamiento del incesante movimiento del mar provocaron que sólo viera el blanco de las nubes cristalizadas, salinas… y de pronto todo se hizo negro. Me pusieron sobre la arena tras el rescate… y vomité toda el agua tragada. Me volví con los pies, apenas erguido, y sentí que caminé de nuevo por vez primera… Sentí el hombro de mi padre para ayudarme a caminar hasta alcanzar la palapa.
Es por eso que muchos de mis textos, de vida, amor y muerte, llevan el sello del océano… pero qué nos deja experiencias de este tipo…
La primera, que la vida y el amor son como un mar, explico lo aprendido:
Nunca trates de nadar en aguas profundas y alborotadas si no estás preparado, o estás lleno de cosas, o si estás cansado; la vida y el amor, así como lo hace el mar, te tragaran hasta que pierdas conocimiento, o hasta lograr matarte.
No siempre lo que te enseñan es para ponerlo en práctica en el momento, hay que saber esperar el momento adecuado, pero usar el aprendizaje, no dejarlo hasta que casi no te acuerdes, pues no sabes cuándo te hará falta el tener que usarlo. Lo mismo con el amor; personas llegarán a tu vida para expresar y actuar con la experiencia y lo aprendido en relaciones anteriores, aunque nunca será igual, al menos sabes cómo dejarte ir por la marea de la vida.
Trata, siempre trata de luchar, y no te des por vencido a la primera, si ves que no alcanzas la tierra y te vas hundiendo, entonces sal para echar el último grito de ayuda. En esta vida nadie la hace solo, es bueno pedir y aceptar la ayuda de otros, nunca sabes quién acudirá a tu auxilio para salvarte y brindarte un aliento más de esperanza… de vida o amor.
Tu familia, por muy mal que estén las cosas, siempre estarán a tu lado, ayudándote a caminar hasta que estés a salvo, pero también uno debe ser humilde para pedir la ayuda que se requiere, tu familia nunca te abandonará aunque sientas a veces que no te desean.
Años después, volví a tocar el agua del mar, pero la primera vez no fue sencillo, sentí un miedo difícil de explicar, sin embargo… enfrenté el miedo y pude nadar con las olas, claro está, en una bahía con oleaje tranquilo. Pero cada año que visité el mar, que lo hago cuando menos una vez al año, fui subiendo mis niveles de marea hasta el punto de perder todo el miedo. Este año, metidos en una bocanada con los amigos de la universidad, no sólo pude darles el valor y enseñarles cómo nadar en aguas agitadas, sino que los guié a través de ellas hasta parar en aguas semi-estancadas para observar peces de colores brillantes. Y aquí viene el aprendizaje de vida:
En la vida y en el amor, cuando son fuertes los miedos causados por una experiencia anterior, no tengas prisa en enfrentarlos de inmediato, lleva tu ritmo, ve poco a poco, pero ve soltándote hasta que sientas estar listo para aventurarte en aguas agresivas, porque sólo después podrás disfrutar de la belleza y los regalos de la vida. Hay que renunciar a veces a los bienes menores para lograr el bien mayor.
Pocos saben con cuantos amores he retozado, no es algo que me enorgullezca decirlo, pero hubo uno en particular que me dejó un miedo terrible para vivirme totalmente. Después de doce años, contando con la experiencia y aprendizaje de la vida, decidí aventurarme en otro amor… pero lo hice sin miedo y me entregué totalmente, como nunca lo había hecho, porque la primera vez era un novato, ahora intenté amar con maestría, con mis miedos superados, disfrutando a lo que por hoy considero como el amor de mi vida, con quien por primera vez me vi como esposo y padre, liderando una familia… y he aquí la experiencia del año: no importa qué tanta experiencia tengas en la vida y en el amor, todas las aguas, todas las personas son distintas, sabes con los años qué puedes llegar a hacer en caso de emergencias, pero nunca será suficiente, así como no sabes qué sorpresas trae el mar, no sabemos qué sorpresas traen las personas. Por momentos, sentí que me ahogaba y que ya no veía más, que mis sentidos se apagaron… por eso menciono lo que aprendí antes de gritar por auxilio, porque hubieron personas que me subieron a la tabla de la vida. Salí bien librado de esto, muy lastimado, con la sangre drenada casi por completo, pero vivo… hoy veo lo mucho que le faltaba a mi gran amor por aprender, y supe lo mucho que me falta aún si quiero dirigir. Pero a diferencia que la experiencia pasada, donde pasé 12 años lleno de miedo y sin permitirme amar por completo como lo hice esta vez, después de esta experiencia me siento listo porque supe mis límites, claro, me llevará tiempo recobrar confianza y ganas de sumergirme en otros mares, en otros amores… pero ahora, después de haber conocido a este último gran amor, es que puedo decir con una ancha sonrisa: gracias por haberme dejado amarte sin límites, porque sólo así pude conocer hasta dónde y qué puedo hacer por obtener el regalo más bello de la vida: el placer de ver miles de colores aún cuando la profundidad es obscura.
Quizás la otra persona aún no estaba lista para mí, pero no por eso deja de ser el amor más grande, es un amor distinto por el cual luché hasta el último grito de agonía, y aún con dolor te puedo decir que valió la pena, que no me arrepiento, y con gusto digo: conocí al amor de mi vida, porque ella me abrió al amor de nuevo. Sólo me falta conocer al amor en mi vida, sí, deseé tanto que fuera ella también, pero las cosas no vienen como uno las pide, sino como a uno le toca, no se trata de intentar forzando las cosas, se trata de entender su movimiento y dejarse ir, dejarse flotar, pero nada viene por sí solo, debemos aprender a hacerlo, aunque el proceso sea un tormento. Pero para concluir esto que diga, aún me queda la vida… y aún hay mucha para aprender… ya están las bases, mi querida géminis, sólo falta el buen sentido y dejar que el tiempo y la vida cierren sus ciclos para que podamos, entonces, sanar las heridas… y aventurarnos de nuevo sin miedo.
Escribiendo esto, ahora sé, sin querer, por qué a mi niña hermosa la identifiqué con el agua, quizá supe desde un principio que algo así pasaría… pero no me lo quise perder… ella llegó como lluvia de verano, se fue como un huracán, y me vi, de pronto, solo en el océano… personas como tú, mi géminis, me trajeron de vuelta. Gracias por compartirme tu experiencia, me puso a pensar y reflexionar sobre mi vida y el por qué mis acciones… y hasta mis letras. Es el mejor regalo que me dieron este año, para concluir con esta grandiosa década.
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