Me
gusta haber nacido un día después del aniversario de mis padres: y cantar “my
way”, de Frank Sinatra, a solas y a todo pulmón al punto de las 12 del 31 de
agosto. Me gusta caminar largas horas cuando tengo uno de esos días que parecen
de película, cuando se siente que el mundo conspiró en tu contra para hacerte
sentir la caricia del infierno.
Me
gusta recordar los secretos de mi infancia, y reírme de las maldades que hice;
me gusta ver a los que un día fueron mis mejores amigos (as) para rememorar
nuestras aventuras y travesuras durante la estancia en el colegio. Me gusta
saberme un hombre que reconoce su pasado y que no se arrepiente de lo vivido,
pero me gusta más saber el hombre en quien me estoy convirtiendo; me gusta ser
despertado por mi madre, y que me dé un abrazo acompañado de un beso en la cama
el día de mi cumpleaños; me gusta pasar los domingos por la cocina para
degustar el aroma de lo que cocina mi madre, y robarle unos trozos de lo que
guisa y ser regañado por ladrón de comida. Me gusta acabarme los postres que
hornea mi madre y hacerla repelar y terminar riendo; me gusta saber que ella es
más mi amiga, y me gusta quedarme horas platicando por las noches, o que se me
haga tarde para ir al trabajo por estar chismeando durante el desayuno.
Me
gusta “pistear” con mi hermano, contar nuestras vivencias de la violencia de mi
padre, los fantasmas escondidos en nuestra primera casa, en la segunda, y saber
que hasta la fecha contamos totalmente el uno con el otro. Me gusta salir con
los primos, y terminar enamorándome de sus amigas aunque sea sólo por una
noche. Me gusta robar besos y salirme con la mía; salir en la madrugada o ya en
la mañana con la ancha sonrisa de haber estado sumergido en un par piernas que
han hurtado mi inocencia. Me gusta que me digan “te extraño”, “me haces falta”,
“te amo”, “nunca te vayas” con sus miradas perdidas en mis labios y en mis
ojos.
Me
gusta llegar a las fiestas solo y salir acompañado o con algún número
telefónico recién guardado en mi celular; me gusta que me dejen mensajes
provocativos en mi red social. Me gusta que me rompan el corazón y llorar
amargamente mientras escucho las canciones con las que identifico ese amorío,
pero me gusta más cuando el adiós es un acuerdo común y soltar sin mayor
reproche y engaño.
Me
gustan los sábados que voy a tomar clases de tanatología, y me gusta más dar
clases de “aspectos filosóficos de la muerte”, en esos días donde los invito a
pensarse y reflexionarse de cómo han vivido su vida y no así su muerte. Me
gusta ahora el ritmo de vida que tengo: salir de pisa del trabajo para llegar a
la especialidad, la plática nocturna con mi nueva amiga, llegar a la casa y
servirme una coca con muchos hielos y encender un cigarrito antes de dormir. Me
gusta tirar sabrosísimo la flojera los domingos en casa, y sentir el agua tibia
de la ducha, dormir unas dos horas por la tarde y ponerme a chismear con la
banda, ya entrada la noche. Me gusta el helado… no, me gusta mucho el helado, y
comer un litro entero mientras veo una película que me emociona aunque la haya
visto 50 veces. Me gusta cultivar rosas y tréboles, cuidar a mis peces y
alimentarlos, verlos cazar charalitos y también acariciar a mis tortugas.
Me
gustan las tardes o las noches que revientan al ritmo de la cantada y las
cervezas, me gusta desvelarme bailando o teniendo una riquísima plática con
vino de por medio. Me gusta tener a mi familia reunida y jugar con mis
sobrinos, platicar con quien ahora es toda una mujer, y más sentirme orgulloso
de ella. Me gusta comprarle cosas a mi sobrino y más construirle guaridas donde
pueda tener las fiestas más alocadas en confidencia con sus peluches; me gusta
cargar al más pequeño y que me jale la barba o juegue con los vellos de mi
pecho.
Me
gustan las noches en que una mujer se queda dormida plácidamente en mi torso
desnudo, acariciar su cabello, y que me sorprendan con más de un beso que
provoque el estallido del pecado premarital. Me gustan mis tardes de soledad en
la pirámide del cerro de la estrella y llenarme los pulmones con aire,
liberarme, sentir que respiro, que estoy vivo para ver cómo se ilumina la
ciudad poco a poco.
Me
gustan esos momentos de inspiración que días como hoy me sientan a escribir; me
gustan las frases que se me ocurren dentro del camión y olvidarlos porque no
tuve la oportunidad de poder grabarlas. Me gusta contar historias donde no hay
finales felices y me gusta hablar más del desamor porque del amor nada se sabe.
Me gusta el drama aunque repudio las escenas en público, me gusta el arrebato
aunque sea una persona sobria, me gusta hacer tonterías y terminar con cara de
pillo por mis ocurrencias. Me gusta pasarme las horas arreglando mi barba y
eligiendo mi ropa, llegar como amo de la noche a las reuniones y ser impuntual
porque me estuve arreglando para esa persona… para que al final de la jornada
me arrebate un beso y nos arranquemos las ropas. Me gustan las libélulas, y
saber que me han dedicado una novela, cuentos y muchos poemas que han sido
publicados, o que sólo soy yo el lector. Me gusta el poema “Los amorosos” de
Jaime Sabines, y me gusta que viejos amores me hablen sólo para ponerme una
canción o porque sólo se acordaron mucho de este servidor. Me gusta que en mi
proyecto de vida estén incluidas las labores altruistas… y que no sólo se
queden en meros deseos de querer ayudar. Me gusta tener espacios de creatividad
donde pinto en lienzos y en la pared historias de mi vida o sueños. Me gusta
mucho mi trabajo, realmente disfruto lo que hago para ganarme el sustento y
saber que estoy dedicándome a lo que de adolescente quería ser, pero amo el
hecho de que con ese fruto destine una parte del dinero ganado para que un niño
nacido en precarias circunstancias tenga servicios dentales, médicos y
escolares; esto realmente lo creo una aportación y decirle a la vida “gracias
por lo que me has dado”.
Gracias
a todos por darme más de cinco mil visitas a este espacio donde escribo, porque
lo hago con las vísceras y sin limitaciones o autocensura.
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