Me
dicen que “no hay nada que celebrar”, que esto es sólo un pretexto para ponerse
“pedo” y juntarse con la “bandera” y los “carnazas” de “coraza”; que este sitio
está mal porque somos unos “agachones” que aceptamos un gobierno corrupto que
le roba a su gente, que permitimos el conformismo y que tenemos una pésima
conciencia histórica.
Y puede
que haya cierta razón en eso que pregonan, sin embargo, no celebro al gobierno
de México o al narcotráfico que amedrentan a los ciudadanos, sino a mi país, a
la gente mejor que yo y a las bellezas naturales que guarda dentro de sus
límites geográficos, a su gente que es la mía, que corea en los estadios y
grita “puto” al equipo contrario, a la que se “rompe la madre” y “se soba el
lomo” o “persigue la chuleta” para ver crecer y dar mejor vida a sus hijos; le
festejo a la tierra que ha dado como fruto riqueza prehispánica, a los grandes
pensadores de talla internacional que han aportado cosas importantes al mundo,
desde perspectivas filosóficas y literarias hasta aportaciones científicas como
el anticonceptivo en pastillas.
Le
celebro a la patria que me ha dado una madre de corazón noble; y es que a la “jefa”
en México se le respeta, nadie debe meterse o insultar a la madre del “otro”,
ni a la virgen María ni a nuestras patronas que nos “sonaban” a madrazos
limpios. Esas madres que hasta se agarran a “vergazos” si ofenden a sus hijos.
Celebro
a la tierra que se regocija al son de la guitarra del mariachi y de los tríos,
de su rock nacional y con el pop para el fresa. Celebro a la gente tan unida
que intenta hacer de este país un lugar mejor, esos quienes entregan más de
media vida a labores altruistas, desde el rescate de perros hasta apoyo a
comunidades indígenas que no están cerca de las grandes ciudades. Celebro a los
hijos mexicanos que se levantan temprano a “chambear” para barrer las calles y
bolear zapatos y también por lo que estamos pegados a la silla frente al
escritorio, sin olvidar a los pequeños empresarios que generan empleos.
Celebro
a los pequeños que nos arrancan sonrisas y a los deportistas que con su gran
pasión nos trajeron medallas en los pasados Juegos Olímpicos… pero brindo por
aquellos que estando carentes de algunos de los miembros del cuerpo, demostraron
tener una fortaleza superior que la mayoría de los habitantes de México y de
quienes los gobernantes deberían aprender para representarnos de forma digna.
Celebro
porque, viviendo un tiempo en otro país, me di cuenta de lo que había dejado
atrás y por eso regreso, por la picardía y folklor de nuestro lenguaje, por la
sabrosa destreza culinaria de “doña lupe” y su habilidad con las manos para
hacer tortillas y disfrutar de las ricas “quecas” de la esquina; porque aquí
los amigos se juntan para “persignar el piso” y bailar una buena salsa,
quebradita o menearse al ritmo de la banda; aquí en mi país el significado de “identidad
nacional” adquiere colores que se mezclan con el rosa mexicano y el sincretismo
confundido con la herencia española. Porque estando lejos de mi país supe que
era extrañar “echar la chela” y la cantada al final, abrazados y llorando a
nuestros amores. Porque en México sí se lucha con pasión, y se juega el “fucho”
en las calles como si fuera el partido que definirá sus vidas. En México las
asperezas entre amigos se curan con tequila, también las penas si se entonan
las canciones de José Alfredo, José José, “Juanga” y “Chente”… pero sobre todo,
porque somos personas que “saltamos” para defender a nuestros “compas”. Estando
lejos de mi tierra, revaloré el ser mexicano; porque los extranjeros saben que
somos pulcros, alegres y siempre amables, ellos ven en nosotros grandes
inventores que se valen por sí mismos para “arreglárnosla” para “calmar el pedo”
si es necesario.
No
celebro a mis mediocres gobernantes o a los sanguinarios narcotraficantes,
reitero; celebro a mi gente que a pesar de ser pisoteada y decepcionada, le
siguen “echando ganas”, no se rinden; porque en las pasadas elecciones se
unieron e invitaban unos a otros a mejorar el ejercicio político, y aunque “nos
la metieron” de todas formas, demostramos que unidos podemos hacernos escuchar;
sí, sé que aún nos falta mucho como nación y que debemos aprender que el poder
es del pueblo y no de los ladrones en los asientos de las cámaras y la silla
presidencial, pero ahora sabemos que somos mucho México para ellos; por eso le
celebro a este país, que me ha dado la vida y el orgullo de sentirme mexicano.
Ser
mexicano, es sinónimo de ser “chingón”; y esta palabra sólo puede ser entendida
si se es de aquí, de nuestro querido México.
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