Soy
de la generación que aún tuvo una infancia libre de celulares, de cuando la
ciudad era segura y se podía jugar a los 7 años con los vecinos sin la
vigilancia de los padres y nos llamaban a “grito pelado”: “ya métete”. Soy de
la generación que se levantaba a las siete de la mañana los domingos para ver
los Caballeros del Zodiaco, y las caricaturas aún abordaban cuentos clásicos
con la compañía instrumental de grandes maestros de la música.
Soy
de la generación que aún vio Logo Writer y usó la tortuguita para aprender a
hacer comandos de programación. También de cuando los maestros aún tenían el
poder y regañaban sin temor de ser reprendidos por los padres o demandados por
los mismos. Soy de la generación que aún creía en lo que sus padres decían y no
lo comprobaba en Google; de cuando las tareas eran trabajos de investigación en
libros y el “copy-paste” se hacía si se compraba una monografía o biografía. De
la generación que compraron casetes y discos LP, que vieron nacer el “punchis
punchis”… de cuando los discos y los grupos hacían aún álbumes temáticos.
Mis
contemporáneos saben cuáles fueron los “tazos” originales, los “pepcilindros”,
y probamos las riquísimas hamburguesas del Burguerboy y los helados Tomboy,
para los fresas el Bing. Soy de esa generación que vio los Thundercats,
Halcones Galácticos y He-man. Recuerdo ser un niño cuyo único pecado era hacer
travesuras y prefería jugar a “las atrapadas”, “las traes” y “cebollitas”; y no
andábamos simulando un “perreo” con nuestras compañeritas. Gracias a esa
inocencia es que a esta edad sabemos el secreto que guarda un rincón obscuro del
primer beso y salir sonrojados porque sólo fue un beso robado.
Soy
de esa generación a quienes nos rompían el hocico si nos escuchaban nuestros
padres decir una grosería que se escapaba por el uso cotidiano con los amigos,
y respetábamos si los adultos estaban hablando: sólo una mirada bastaba para
mandarnos callar… Soy de esa generación a quienes todavía alcanzamos a adquirir
un poco de principios y que hoy por hoy suenan de nuevo las palabras de
nuestros padres.
Mi
generación es distinta, estamos en la frontera entre las enseñanzas viejas y el
indómito carácter de la rebeldía de la depravación de las nuevas; nuestras
canciones aún poseen algo de poesía en su rock, en las baladas, y no hablan
tanto de “metérsela duro”, aún guardamos ese romanticismo confundido entre el
amor y el sexo.
Empero,
esta generación que ha visto quebrar los valores que nos enseñaron, somos los
mismos que estamos teniendo y educando hijos o sobrinos, qué mundo dejarles
para que no estén perdidos sin identidad, qué estamos haciendo para lograr el
exacto sincretismo entre dos mundos que ya no se tocan: estamos en medio de
ellos, de esos que descubren un mundo nuevo con la tecnología y los que nacen
ya con un aparato en la mano, dependiendo totalmente de eso, sintiéndose
desnudos si olvidan sus teléfonos; aún soy de la generación que hacía valer la
palabra si se quedaba de acuerdo una semana antes algún encuentro sin necesidad
de confirmar… ahora es más sencillo romper las promesas. Soy de esa generación
que aún prefiere comprar un libro que bajarlo por internet, que prefiere
consultar un diccionario que un poderoso buscador, que sabe a qué huelen los
libros de nuestros abuelos, y estos son conocidos porque leyeron un montón y
nos sorprenden con todo el conocimiento literario y de vida…
Escribo
esto en honor a un contemporáneo que se nos ha adelantado, y su pronta partida
precisamente me hizo recordar la infancia que como generación tuvimos, me hizo
revalorizar la vida a la que le hemos llenado de significado genuino, entre la
inocencia y la diablura que esta generación tiene por encontrarse en el límite.
No
vengo hablarles del dolor que se alberga al perder a un hermano, amigo, etc.,
vengo a platicarles a quienes nos siguen detrás y quienes están delante que
nuestra generación es tan bella que buscamos pretextos para reunirnos y seguir
riendo con los recuerdos de las pequeñas travesuras que parieron nuestras
sonrisas al recordar a una estrella que, caracterizada por buen humor y broma
desde que fuimos niños, pasa a vigilarnos para seguir riendo de nuestros pasos.
Tus
compañeros y amigos del Morelos te recordaremos siempre por tu sonrisa.
2 comentarios:
Me uno a la reflexión, spy de la misma generación, pero ¿cuál era el juego de las cebollitas?
saludos
Era donde sentados, en fila, y abrazados, la "marchante" trataba de separarlas para venderlas... bastante divertida.
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