martes, 8 de julio de 2008

Nuevo testamento

Por cada gota que derrames, y en cada gota que te seques, te acordarás... de mí.

Una moneda al aire
una bala perdida
un niño extraviado
una flor en el desierto…

un grito ahogado en el océano,
suspendido en el recuerdo de una risa
y de una lágrima rota en el suelo.

Estoy como un ave puesta en cautiverio,
solo, encerrado,
en una jaula de cicatrices
por donde pasó tu mano
y tembló tu vientre…
ostia y vino de mi cuerpo.

Después de tu última cena
la moneda se insertó en mi ala diestra,
la bala en la zurda,
el niño en mis pies corrió desnudo
para que la flor me hiciera una corona…
y sea escrita tu historia.

Sangras mis pensamientos
como sangro estas letras,
escarlata tinta en mi Biblia
minutos póstumos a tu partida.

Narro la letanía de tu presencia
en estos valles que sirvieron para sostenerte,
en las mañanas claras cuando abrazado a tu espalda,
frente al enigma trinitario del secreto de tu mirada
y en la fragilidad del tiempo al concebirte en mi espacio:

déjame oler el rastro que dejaste en las sábanas,
limpia mi rostro con tu manto de luna
y llévame a las paredes que atestiguaron tu sonido…
donde tu pasión y tu furia son látigos en mi memoria.

La quinta herida ha llegado a mi costado izquierdo,
aquella que llorar a las nubes, temblar a la tierra
y alborotar a los mares ha provocado:
tu lanza que perfora mi pulmón con tu olvido
me roba el aliento y te hace un evangelio
mientras quedo tendido en el quinto misterio.


Así sea