jueves, 30 de agosto de 2018

En mi vida (a los 35 años)



A mis 35 años puedo decir que he llegado a la mejor etapa de mi vida, y que no moriré pronto, pero tampoco quiero vivir tanto, sólo lo necesario para jugar con mis nietos si es que tengo la dicha de ser abuelo… y quizás así tenga ganas de vivir más tiempo.
Puedo decir que he vivido con intensidad, he escrito un libro y colaborado en otro, he plantado tres árboles y he tenido un hijo, al menos con el dicho popular he cumplido, escribiré otro libro, quizás tres más.
Me he licenciado en filosofía, tengo una especialidad, un puñado de diplomados de liderazgo y redacción, y tengo todo el ímpetu de terminar mi segunda carrera… quizás doctorarme antes de los 45, poner un consultorio, dar clases, trabajar en el negocio familiar y seguirle contando mis planes a Dios para que se siga riendo de ellos, porque hasta ahorita nada me ha salido conforme lo planeado, sino como se ha ido dando.
A mis 35 he sido editor en jefe de 13 revistas y he editado tres libros, y aunque fue un trabajo que disfruté con toda el alma, he abandonado el oficio porque aunque da mucho reconocimiento la paga es poca, lo que debo admitir es que mi última vez como editor amé lo que hacía.
La vida me ha dado tantos momentos de felicidad, puedo decir que me robaron tres besos y que yo robé diez, amanecí en 40 lugares distintos, que estuve decidido a casarme con alguien de cuyo nombre no quiero acordarme,  y que sólo una vez lo logré. Dejé de amar con pasión desbordada y mi amor se hizo inteligente, comprometido, educado, respetando la libertad de la otra persona, así es mi relación con mi bella esposa.
Puedo recordar diez momentos llenos de amor y treinta ataques de risa, he tenido que despedirme de mi mejor amigo, una compañera de borracheras, abuelas y un puñado de tíos, una persona murió en mis manos y otra más, mi hermano, me dejó abrazarlo a solas durante media hora antes de que otra persona supiera que se había quitado la vida.
Entre mis memorias tengo, por ejemplo, la única vez que mi padre me dijo “te quiero”, más de 50 noches que mi madre me esperó en la cocina para platicar de filosofía y teología (aunque yo no soy religioso ni me considere católico) después de mis largas jornadas académicas, 30 pláticas entrañables con uno de mis hermanos y el amargo momento del último adiós de mi hermano mayor. La familia ha sido para mí tan importante que cuando mi madre ya no quiso soportar más infidelidades de mi padre me mantuve neutral ante su divorcio, ahora a ambos los disfruto sin juzgar lo que hacen, aprendí a ser hijo desde que ahora soy padre.
He dejado en el camino a varios amigos con quienes tuve bellos instantes de felicidad, me emborraché hasta quedar inconsciente más de cien veces y he fumado hasta el amanecer con personas con quienes creí que la amistad duraría para siempre… pero siempre no.
Odié con toda el alma y amé hasta que se me desgarrara el alma a cinco personas, rompí ocho corazones y me lo partieron cuatro, mi lista de amigos se redujo de 70 a sólo uno, mi primo, hermano del alma. He leído apenas 300 libros, más de 300 cuentos y un sinfín de poemas… me doy cuenta que me falta tanto por aprender. Albergo en mi mente cientos de canciones y he disfrutado cantarlas en momentos de mayor tristeza y suprema alegría y pido de favor que si un día me han de enterrar sea con Wish you were here de Pink Floyd y Caruso con Luciano Pavarotti; no quiero que recen por mi alma, si hay un Dios que me juzgue que sea por toda las personas a quienes les brindé un poco de felicidad, más bien quiero que me honren cantando, porque la vida sin poesía y sin música es gris y turbia.
He visto a la vida nacer, la de mi hijo, quien me ha dado tantas lecciones de amor a sus dos años, le he podido contemplar su primera risa, su primera palabra, sus primeros pasos… también he visto a la vida madurar a lado de mi esposa, así como he visto morir suave y de golpe. Lo que han visto estos ojos han sido las causantes de tantas pesadillas y de tantas sonrisas cuando estoy solo, tumbado en una silla mientras me fumo un cigarro.
Pero si pudiera pedir un deseo, este sería volver a nacer para cometer las mismas irregularidades que cometí de joven y tantos aciertos que he tenido en mi vida adulta; quizás le modificaría el hecho de haber callado ante mi madre las infidelidades de mi padre, quizá debí acusar a mi agresor sexual lo que pasaba cuando mi padre no veía, puede que también me hubiera impuesto más ante las injusticias que vi tantas veces en la calle. Quizás debí ser más franco y más honesto, siento que me hicieron falta huevos para no pelearme por cualquier tontería. De las cosas que hubiera cambiado sería el de denunciar al que se supuso era mi “compadre”, y de esas cosas es mejor que no las confiese porque fui cómplice de tantas desventuras.
A los 35 años debí haber leído más, fumado menos, tomar más vino, decir más “te amo”, atenderme la epilepsia muchos años atrás, viajado a más playas, apreciar más arte, escribir más y llorar menos. Si tuviera la oportunidad de nacer de nuevo quizás lo tendría que hacer sin tantos remordimientos, perdonarme y evitar engordar, a lo mejor le añadiría hacer un poco más de ejercicio, también quitarle la pistola a mi hermano cuando tuve la oportunidad de hacerlo segundos antes de su suicidio… pero quizás eso no me hubiera forjado el carácter y el valor que tengo para encarar la vida que tantas veces me puso de rodillas.
Y a pesar de tantos “hubieras” agradezco con vehemencia el hecho de ahora disfrutar tanto mi paternidad, de estar con mi esposa todo el tiempo que ha demandado de mi cuidado, de ver a mi madre ser libre, de mirar a mi padre ahora como un amigo, de estar con mi hermano compartiendo diferentes experiencias, así como tantas otras con la familia de mi mujer.
Le agradezco a la vida que me mantenga vivo y lo suficientemente fuerte para ver cumplir mis metas poco a poco, una a una, y que pueda entender que la grandeza de un hombre no es en cuanto tiene, sino la plenitud con la que puede vivir siendo feliz con lo que ha hecho.