viernes, 15 de abril de 2011

El arte de odiar


“¿Sabes cómo me queda claro que te amo?
Cuando al final del día no estás
y no hay cosa que yo quiera más que estar contigo”.

Tania Ricaño

Podría decirte en este momento que te odio más que amarte porque nunca pensé que te convertirías en lo que eres para mí hoy. Odio la forma en cómo te has metido a mi vida, en cómo cambiaste mi entorno, en las cosas buenas que me has dejado, o la forma insólita en la que pasaste de ser motivo de celos para mi madre a una nuera a quien está dispuesta a prepararle su comida para cumpleaños. Odio saber que estás tan presente cuando estás ausente, cuando con una mirada y una lágrima me doblegan hasta desarmarme completamente; odio la forma en como te acercas a mí para apoderarte de mi alma, pero más odio que me hagas reír cuando quiero enojarme: la forma que manejas mis emociones es inédita. Odio que me robes el sueño y que me preocupes tanto, tu bienestar es de las cosas que más me importa; odio planear mi vida junto a ti y que ya no pueda distraer otro destino si no está colmado contigo.
Odio nuestros viajes, el de Taxco es al que más odio por gritarme al oído que sentía por ti más que cariño, odio amarte con mis entrañas y odio saber que soy azaroso y siempre en posibilidad de perderte todos los días, y odio tener que conquistarte a diario para que veas en mí al hombre de tus sueños, de tus días y el aliento que te oxigena el corazón para que pueda seguir bombeando al ritmo del mío.
Odio sentirte tan cerca, tan distinta a mí, tan enamorada de mí; odio que tus brazos rodeen mi cuello y comandes mis sentidos cuando casi en un beso, casi me besas, casi me matas, y me vuelas, me sublimas y me cambias por otro que no soy yo porque ya soy de ti. Odio la forma en que te quedas quieta y me pones en mi lugar porque exiges el tuyo, y hasta odio cenar con tu familia y discutir con tu padre acera de filosofía. Odio que tu familia me trate tan bien porque me hace ver a futro en un sitio donde podamos envejecer y compartir pasitas tan arrugadas como nuestras pieles marchitas al paso del tiempo, donde ya no sepamos distinguir si somos niños o ancianos.
Odio saberme en un relato de Sartre criticando al amor, porque sé soy objeto de fascinación y odio más saber que te necesito todos los días, que se me hace raro e incompletos las tardes y noches que no te veo. Pero más te odio cuando no te puedo ver y no poder olerte, tomarte, juguetear contigo, coquetearte y hasta portarme mamón contigo con tal de hacerte robarme más de un beso, quizás un poco más que eso.
Pero entre tantos te odios te voy amando y armando un texto donde te reclamo mi cuerpo y mi mente, que soy una sombra blanca que sólo encuentra lugar si es a tu lado en este mundo, te odio porque te amo, al revés igualmente, en cada suspiro arrebatado, en todas las risas, fotos, películas, comidas, cenas, peleas, mis celos injustificados, miedos, sueños, fantasías, sexo, miradas contempladas durante las madrugadas, regalos, cartas, atenciones… me importas a tal grado que me he disciplinado para hacer posible el arte de amar que propone Fromm, en el arte de amarte y entregarte un poco más de mí y de mi aventurera conquista por el cielo del olvido, por el manto fugaz de coincidir contigo, en la manera que puedo escribir en tan sólo diez minutos lo que siento cuando te aproximas y la ansiedad de tener que dejarte para que duermas sola y no conmigo. Necesito verte llorar de alegría y de sentirte temblar cuando te seduzco. Odio amarte, pero amo más odiarte por todo lo anterior porque tengo motivos y razones para querer perderme contigo en el fondo del océano de fuego que arde como un incendio en los bosques canadienses cuando nos revolcamos en las sábanas de nuestras manos sin tener que quitarnos la ropa, sin tener que cerrar los ojos… sin tener que detener el tiempo.

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