miércoles, 9 de marzo de 2011

1er Viaje del año


Una noche antes de salir al primer viaje de este año, llegaste por mí en tu carro obscuro… la única intención era vernos, quizás unos besos húmedos que nos llevaran a imaginar también. En medio de la nada, en la espera de que pasara una insospechada lluvia sobre Insurgentes, los vidrios se empañaron. Tu aliento, el mío, las respiraciones agitadas, tu cuerpo. Dios, la delgada línea de tu espalda, la fina silueta de tu piel morena sometieron mis sentidos hasta transportarme a un jardín donde sólo se oye el viento acariciando los pastizales.
Pero el tiempo no apremiaba y me exigía partir hacia Guadalajara. Sentía el aroma de tu entre pierna en mi mano toda la noche mientras estaba sentado en el asiento del autobús. Vi los autos pasar con la misma rapidez con la que robé el deseo de abrevar de tus manos la miel de tu sudor interno. Esa noche, apenas cerraba los ojos y te veía sosteniéndome el rostro, soportando la mirada fija en un silencio que nos reconoció un lazo más allá de lo que hemos probado. “Empieza nuestro momento”, pensaba constantemente camino al hotel. Me quedé dormido sobre la cama, sin taparme, me bastó el rastro de tus manos viajeras en mi pecho. Desperté y era hora de emprender mis actividades; fui con mi madre a ver la Virgen de San Juan de los Lagos, nunca he sido un hombre devoto y siempre he debatido acerca de la fe, pero en una luz milagrosa también hice oración y pedí perdón por los actos de patanería a lo largo de los años, demandé grácilmente se me fuera perdonado por hacerme odiar con la única intención de seguir con mi vida hacia adelante: no quiero guardar rencor, pero es lo único que me dejaron sentir, donde la verdad al final hizo que fuera mentira todo desde el principio. De regreso, unas tazas y unas postales atravesaron mi andar para guardarte en objeto-imagen el momento en que me hallaba pensando en ti, en donde soñé despierto que me alcanzabas y me tomabas por la cintura, juntando tu cuerpo con mi espalda y responderte al son del beso lento que nos damos a lo largo de las calles que la ciudad atestigua.
Camino hacia Aguas Calientes, la extraña sensación de querer que estuvieras a mi lado, acompañándome se recostó sobre mi hombro. Pude sentirte tan próxima otra vez sin la necesidad de que estuvieras presente. Te quedabas casi quieta, con tus dedos juguetones enredándose en mis brazos, como siempre, o como nunca… no estabas ahí, pero era como si la memoria cobrara vida propia haciéndome vivirte de nuevo, como en las salas de cine donde te acomodas en la cuenca de mi brazo, clavícula y tórax. Caminando por las tierras de San Marcos, visitando la espectacular arquitectura de sus Catedrales, te hallaba en cada imagen y en cada grieta de ellas, llamándome, mirándome sonreír, sonriendo… siempre sonriendo. Tienes un encanto similar al del dulce de leche que compré para ti y que te los devoraste en una sentada; me dijiste claro: “no te quiero compartir ni en pensamiento”, pero los dulces fueron quienes resintieron tus celos al ser muertos para hacerte acordarte de mí y de mis ocurrencias.
Ya entrados en la hora del Dragón, el último sol de ese Estado alumbró mi rostro pintándolo de naranja y amarillo, en él me perdí por un instante mientras el autobús avanzaba directo hacia Querétaro (sol más bello postrado entre los montes y el cielo no había visto desde hace mucho tiempo). Entre la perdida entre el universo y mi pequeñez, escuché un murmullo del delirio que habías dejado en los oídos: “te quiero mucho, bicho”… Dormí profundamente sin registrar sueño alguno. Al despertar, las luces de la Ciudad de Querétaro alumbraron mis pupilas para dejarme acariciar por la tranquilidad de la noche. Cené en un restaurante colonial que apuesto te hubiera gustado… pero no estuve solo, tus mensajes me acompañaron durante la toma de alimentos, me subiste al taxi, también, y manejaste todo el camino hasta subir al Estado de León.
En León, visitando a mis parientes, hablé de ti como la mujer que vino a robarse el pensamiento y a quien le entrego mi libertad. Platiqué con mi madre de la familia, del sexo y del perdón… el problema hacia el otro, el que se vuelve objeto de fascinación y el amante que persigue, hablé sobre la imposibilidad de los humanos de llegar a una verdadera comunicación, el problema del otro comienza por el oído, según Levinás, de hacerse escuchar y de escuchar, no actuar en principio individualista… Las horas siguieron avanzando hasta acomodarnos en las almohadas.
Regresamos a Querétaro para salir con dirección a la Ciudad, sentía mi cuerpo suspendido por las pocas horas de sueño de casi toda la semana y el desgaste del viaje, aún así sólo quería llegar e ir a verte, darte los puños de regalillos que atrapé con una red para mariposas: desde el borreguito de peluche todo sucio que ya nadie iba a querer y que lo iban a tirar a la basura, hasta los aretes y pulseras que usas casi de diario ya (no hay mayor satisfacción en regalar que usen lo que se da). Sólo quería llegar para besarte, mis labios tenían necesidad de sentir los tuyos, mis manos perderse en tu espalda, tus piernas, tu rostro, querían conocerse y reconocerse en tu piel de fuego morena, mía, tu cuerpo tan fino como el de la arena en el fondo del océano, tu cintura diminuta, tu lengua incinerada… mi cuerpo reclamaba sentirte después de 72 horas de ausencia. Pero quienes más te extrañaban eran mis ojos y mis oídos, puestos en la mesa una vez que te tuve de frente, tranquilos, casi nostálgicos… algo pasaba en aquellos instantes más grande que nosotros que se nos olvidó decirnos cuánto nos habíamos echado de menos.

2 comentarios:

Lilith Lalin dijo...

es curioso como se extraña, en diferentes momentos y maneras, como un detalle minúsculo evoca y reconforta.

Fue un viaje muy especial, como siempre me quedo pensado en todo lo que relatas en este espacio que me gusta tanto.

Yo tampoco soy devota, pero aveces me da por pedir perdón por todo lo malo que he hecho.

Besos

Pluma de Fénix Negro dijo...

Sí... fue un sentimiento raro... per extrañamente e sentí bien.