lunes, 10 de noviembre de 2008

A la puta que se llevó mis poemas...

Dejemos de crear versos,
dejémonos de miradas al cielo
y hablar de corazones rotos
y besos eternos.

Hoy quiero sumergirme
en los pechos de una prostituta
y colarme en su vientre
para que me hable de su amargura…

De esos pesos pagados por no sentir
o sentir a veces sin sentir que sangra.

No quiero hacer un verso que hable de ti…

Quiero hablarle a las piedras y a los muros
y reflexionar las frases que los visten de noche;
necesito pensar en las plazas y en las calles,
en las celosías que guardan celosas a las niñas.

Hoy necesito cultivarme en la tierra donde he nacido
y encerrarme en un puñado de piedras
para escribir sobre la levedad de mi existencia…

Que presente su mano a través de una ventana
y que se sirva a mi pecado debajo del pantalón,
pagaré, después, con la moneda virginal de mi inocencia…

Romperé su cadera de hierro
que tantos amantes ha visto renacer en ella;
terminaré por darle otra moneda para que vaya a casa
y teja de nuevo su matriz para un nuevo encuentro.

Hoy deseo romperme los dedos
y poner mi lengua en la lumbre,
destrozarme la quijada
y sacarme los ojos…
Mi cuerpo no soporta seguir escribiendo
noches de amantes pordioseras
que buscan amor a cambio de un verso
que buscan amor a cambio de consuelo
que buscan amor a cambio de sexo…

No juzgo a quienes lo han hecho,
pero si de sexo se trata,
mejor pídeme que te de unos pesos
y lárgate sin llevarte mis libros y poemas.

¿Qué culpa tienen ellos de tu miseria?

Si quieres escuchar poesía
tronaré mis huesos para quebrar el ritmo
y deshacerme de las rimas
hacer de lo grotesco poesía
y quitarle a las palabras su sentido primigenio
para devolverlas a la simplicidad de tu vagina
y de tus ojos vagabundos sobre mi cara.

Sí, requiero envolverme en brazos de una puta,
así podría blasfemar a cambio de dinero
e intercambiar lo mismo amor que sexo…

Necesito arrojarme en manos del deseo,
de la necesidad de un oficio antiguo
para cicatrizar el pecho y tu recuerdo…

Meterme debajo de su falda,
lamer el sabor amargo de su entrepierna
y recostarme en las sábanas de un hotel barato.

Mira, bien amada mía,
en qué has convertido mis versos.

Quiero ahorcarme en una cintura experimentada
ser vacío, ser ingenuo y creer que ella,
por una noche,
me ama.

Ay pobre de mí
y mi ceguera…
Que lo mismo ha dado estar mil noches en tu vientre
que estar una noche con ella.



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