jueves, 18 de febrero de 2010

Homenajeando a la primera musa


No sé aún si esto lo escribo por ser después del 14 de febrero; pero no quiero que permanezca esta parte de mi vida con indiferencia. Hace unos días, mi editora preguntó acerca del por qué escribía. Se hizo un nudo en la garganta, esa pregunta entró como un escopetazo en la cabeza que hizo a los recuerdos caer en cascada hasta el suelo. Sonreí, pues la primera gota en estrellarse contra la tierra, fue cuando te vi por primera vez: uniforme de la escuela, lentes, pants blanco y bufanda rosa; riendo, siempre riendo. De ahí, la siguiente imagen en mostrarse fue el momento en que comenzaste a tratarme. Dios era sólo un niño con muchos dulces que era asaltado en el momento que sonaba el timbre para finalizar el descanso. Tú, en complicidad con una mujer morena, delgada como ella sola, eran las autoras de este cruento crimen: dejar a este servidor sin más dulces, entre los que destacaban tambores, picositas, miguelitos en polvo y mazapanes. Inocente de tu parte, pues en el momento que esculcabas la cangurera de mi sudadera, también te llevaste el primer suspiro de amor; no lo entendía en aquél momento, es decir ¡era sólo un niño!
Me gana la risa tan sólo de acordarme verlas venir a mí con unas manos sedientas e inquietas por obtener uno, dos, tres de esos… dulces que con tanto candor esperaba disfrutar en clases a escondidas de los maestros y las monjas.
Así sucedieron los días, del momento en que te vi, al momento en que te aprovechaste por primera vez de mi inocencia, pasó un año; y pasó otro más de ahí a que me atreviera, siquiera, a hablarte a solas. Y vuelvo a la pregunta que me hizo mi editora: “¿por qué fue que comenzaste a escribir?” Cayó después de estas risibles imágenes, el momento en que atravesó una lágrima por mi alma. No me mal interpretes, no fue mi lágrima, fue la tuya. Era cambio de clase, tú venías de tomar inglés, yo salía de historia, y vi desde el barandal, que salías llorando por haber escuchado la canción del tema de “Titanic”. Yo, preocupado, pues la niña que me gustaba andaba envuelta en un mar de llanto y risa penosa y quizá cansada y agobiada de tantas preguntas que la hostigaban: “¿qué tienes?” Preguntaba cualquier persona que te veía así… y para no romper con la instantánea tradición de los demás, me acerqué para preguntarte lo mismo, a lo cual respondiste, con toda gentileza y sonriente: “nada, no te preocupes, voy a estar bien”. Claro, uno es niño, y por muy inocente que pareciera, pues tampoco se es idiota ¡claro sabía que algo te había afectado! Pero en vez de preguntarte incesante, me despedí de ti ese día en la tarde como si nada hubiera pasado, aunque tus ojos delataban que todo había pasado. Llegué a mi casa conmovido por verte así, y tras imaginar qué habías sentido con esa canción, y por qué, tras inventarme un montón de historias donde el final feliz era conmigo, llegó a mí, el sentimiento culpable de mi vocación. Saqué cuidadosamente el bolígrafo de mi mochila, el block esquela de un cajón, y con mano temblorosa, con dirección a la temible hoja en blanco, escribí la primera de mis líneas… al terminar, lo leí en voz alta mientras fantaseaba el hecho de leértela de frente mientras te provocaba darme un beso. Por supuesto eso no pasó, por el contrario, llegué a la escuela, temprano, y le pedí a un buen amigo que te la entregara; este me dijo: “apuntas muy alto ¿no? Pinche Set”. Sólo sonreí y le pedí, nervioso, que te la diera. Creo que lo más complicado de escribir es quitarse el miedo para ser leído, una vez superado eso, las líneas caen como al pasto el rocío. Efectivamente, fue la primera carta que te escribía, mas no la última. Pero cada vez que te mandaba una, huía mi respiración tan sólo de tenerte cerca; sigo diciendo ¡Dios, era un niño! Me sigo riendo de esa actitud que tomaba, que ni siquiera era inmadura, sólo inocente, sólo pura. Las indirectas que de pronto sucedían entre tú y mi amigo, mientras preguntabas: “cuándo lo voy a conocer”, y me veías, hacías sonrojarme y acobardarme como un perro espantado de una carnicería cuando lo corren.
El primer amor, precisamente por eso es inolvidable, porque es la primera experiencia de sentir a tus entrañas revolotear por todo el cuerpo, y el cuerpo entonces, se vuelve en un parque de diversiones.
Siguieron cayendo las gotas de sangre por la pregunta de mi editora, y la siguiente… fue cuando te iba a llegar. Ese día, llegué a la escuela cual guerrillero en el frente de Chiapas, apenas y podía caminar del miedo que me ponía a tropezar con mis propias pisadas. Esperé todo el santo día, y alguien se encargó de repartir la noticia de que ese día, era EL DÍA, en que terminaría mi cobardía para enfrentarte y esperar maravillado el segundo beso en mi vida. Toda la noche anterior ensayé frente a la cama, imaginándote sentada, yo de rodillas, la mejor actitud a tomar para llegarte y decir las palabras mágicas: “Abada Kadabra”; ay no, me equivoqué de historia; para llegarte y decir las palabras: ¿quieres ser mi novia? Tú, al escuchar esta noticia, en vez de esperar la salida para salir a mis brazos y acurrucarte en ellos, querías escapar de la forma más pronta y sigilosa que se pudiera realizar. Pero… no te dejaban ir, y yo sólo prolongaba este acto de valentía (el acercarme a ti) para llegarte, mientras me convencían de quitarme las medias y salir con la espada desenvainada dispuesta a enterrarla en el pecho… por supuesto, no me acerqué a ti, y cuando llegó tu madre en un carro gris (que años después fue tuyo) sólo volteaste a mí y sonreíste. Cerca estuve de hacer uno de los osos más gloriosos de mi vida, pues tú no querías un niño, tú querías un hombre. Cascadas de recuerdos se vertieron en el piso por una inocente pregunta de alguien mayor que yo.
Lo que siguió después, de varios intentos fallidos, de incluso hablarte sin miedo y reír contigo minutos antes de terminar el descanso, fue inaudito: la primera lágrima de amor que derramé, fue por ti; aunque después de un rato, tú lo único que deseabas era echarte a correr porque no sabías qué hacer con un niño chillón que te acosaba con preguntas dignas que sólo se le hacen a un primer amor. Pero en vez de portarte indiferente o alejarte, decidiste escribirme una carta esa noche, en ella pusiste la hora en que empezaste a escribirla (12:30 am) y consecuentemente un montón de apologías por no saber aquilatarme. Pero para esto, tuvo que pasar otro año, sí, finalizábamos la secundaria y hasta ese momento, los dos nos conocimos.
Lo demás es historia, aunque he de decirte que de una llamada, cuando regresaste de Canadá, nació el otro seudónimo que sólo uso para textos académicos de filosofía. Te platicaba acerca de mis excentricidades, como el caminar regularmente por la cornisa de la azotea de mi casa en la noche; acto al cual, dijiste con risa desmesurada: “¡eres un gatito!” Claro que si en mi seudónimo pongo “gatito” sería muy… incómodo, por así decirlo, pero fue la idea principal para Alley black cat.
Apenas ayer te vi, presenciaste mi segunda publicación literaria, y al verte, reina de fuego (apodo que te di mientras afiné mi pluma), el corazón palpitó como tambor africano listo para la guerra, pero para esto, pasaron seis años, y descubrirte toda una mujer me hizo la tarde, respondiendo con calidez a los pocos momentos de conversación. Hubo un momento que decía en mi mente: “tanto que platicarte y que me platiques…” Pero en vez de eso, no hubo mucha necesidad de hablar, sino sólo de tomarnos del brazo y saber que estamos ahí. Digo, después de todo, yo no me perdí tu boda, tú tampoco te perdiste de una de mis presentaciones, y estamos endeudados ahora de cafés y más momentos perdidos que bien los podemos acompañar con vino, cigarros, quesos, y tu agradable compañía para compartir lo que más tenemos en común: la risa, razón por la cual muchos querían vernos juntos, algunos otros, vernos revueltos, pero riendo, ahora que también soy un hombre.

1 comentario:

Lilith Lalin dijo...

=D “Abada Kadabra”… hiciste salir una sonrisa y muchos recuerdos escondidos. Que memorias aquellas en la secundaría. Mi primer gran amor lo conocí ahí y ahora somos amigos con 13 años de historias. A veces cuando te leo me leo =).

Un abrazo.