martes, 28 de diciembre de 2010

Diez años y uno más


Porque esto es lo mejor que sé ofrecer como regalo, a ti mi querido hermano que durante el día amigos y familia te recordamos con una ancha sonrisa, pisadas fuertes y gran habilidad en la parrilla, con las letras y con la cámara. Cercanos y no tan cercanos, ex novias y mejores amigos que tuviste se aproximaron a mí hoy, después de diez años y uno más para mandarme un abrazo fraternal: tu ausencia pesó más que tu presencia.
Te imagino ahora recostado en una nube, acompañado de alguien más a quien seguramente te ligaste; a veces acompañado de Fidel, otras veces de tíos y hasta de mi mejor amigo. Imagino riéndote con todas las tonterías que he hecho, y sonreír mientras dices: “pinche Ricardo”. Te llegué a ver celebrando la boda de Samuel y recibir a su primer hijo… Te he visto abrazándonos cuando estamos reunidos, y hasta he sentido tu mano cuando no encuentro consuelo en la almohada o en las letras: me acuerdo tanto de ti, de tus bromas, de tus sustos, de la loca carrera por vivir y descubrirnos demasiado a fines. Compartir nuestros poemas sin saber que ambos escribíamos, los juegos de billar y las pláticas vespertinas en Acapulco, nocturnas en tu alcoba, matinales antes de irnos a la escuela. Te extrañamos, pero parece que nunca te has ido. Lloro sonriendo mientras escribo por decir: sí, fuiste a veces muy duro conmigo, pero eso se deja atrás con todo lo que me enseñaste. Aún recuerdo aquél día que hablamos sobre la vida y la muerte, nuestra plática más profunda que nadie se enteró que tuvimos...
Todos los días, al menos una vez te veo en el suelo donde te encontré, con la mano en la pistola y yo desesperado intentando meterte los sesos con la única intención de que abrieras los ojos y sonrieras… pero tu sangre se fue derramando sobre mi pecho y mis manos hasta que los dos yacimos abrazados en el suelo largos minutos antes de que alguien se diera cuenta de que te habías ido. Pero de pronto algo pasa que ese recuerdo se tiñe de negro y sigo con mi día, aún no pasa un día sin que llegue a pronunciar tu nombre.
Ahora dime, Saúl, mi hermano, qué es más bello… esta vida o la otra… no me mal interpretes, no digo que me urja subir o que en un arrebato iré allá para alcanzarte; aunque bien sentí tu mano este año para alejarme la espada del pecho. Dime, hermano, háblame mientras duermo, cuéntame de ti, cuándo tienes planeado regresar… dime qué cosas hay allá, donde ningún vivo puede estar… escríbeme a través de las hojas otoñales acerca de la transición del cambio de mundos. O mejor dime ¿me esperarás cuando sea mi turno para ser hermanos de nuevo, mejores amigos, quizás? Porque si quieres, con gusto volvería a ser tu sangre, volvería adoptarte como mi héroe, mi admiración y como mi padre intelectual.

Frío invernal
Acusándote en la broma
De habernos dejado
Sin abandonarnos

Sigo siendo tu hermano
Sigo sintiéndote cerca
Fumándote mis cigarros
Bebiendo de mi copa

Ven a esta hora
Que hace diez años y uno más
Me separaban de tu cuerpo;
Ven y acomódame en tu hombro
Ven ahora que te encuentro
Sentado en el sillón
Sonriendo y fumando

Sombra de colores tenues
Que se difuminan
Y me rodean
Como el humo
Que entra y sale por mi boca

Hoy te respiro
Envolviéndote en una oración.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

: S un abrazo!!! Nubia = )

María Elena dijo...

Hermano leo tu carta a la distancia, sumergida sin forma, cubierta de frío, de rabia y zozobras que amenazan con consumirme poco a poco entre otras muertes y dolores necios, de meses.

Sabes? hace unas semanas me metí al mar hondo por primera vez en mi vida, en Colombia, sin boyas ni flotadores, con la confianza de no hundirme si permanecía en algo que los expertos llaman postura positiva (que consiste en recostar el cuerpo boca abajo sobre el agua con los brazos bien estirados); esa postura confirma que los cuerpos flotan en lugar de hundirse, pero se requiere paciencia para no escandalizarse y volver a la postura cuando sientes que el movimiento terco de las olas te va tragando.

Así llegué a un risco, acompañada de dos compañeros que practican buceo a pulmón libre desde hace años, que poco me conocían y estaban más al pendiente de disfrutar su propia actividad. También estaba una compañera quien fue la encargada de convencerme a nadar, aunque me ayudaba a concentrarme también necesitaba su propio espacio para no hundirse así que sólo de vez en cuando me tomaba la mano para decirme hasta qué profundidad podía llegar.

Al final, sin oxígeno y con un fuerte dolor en los oídos a causa de la presión pude descender unos siete metros bajo el agua, donde ya no se siente el calor de la playa y sólo está el azul cianótico del oceano cada vez más frío y tiránico.

Comprendí allá abajo que la muerte está instalada en cada uno de nosotros como una amante déspota que sólo en instantes muy breves nos deja saber de ella para endulzarnos la vida un poco, y ya vez, días más tarde volví a mi país con la frase en los labios de la compañera que ayudó a sumergirme diciendo que se aprende a bucear para no tener más miedo allá abajo. Regresé de ese dulce de vida a la muerte, irreversible y anónima que mi abuela y al rompimiento con aquel amor de quien alguna vez te dije "conocí al hombre de mi vida"

No olvido que fuiste tú -y nadie más, amigo- quien me abrió los ojos para ir con él, a alcanzar un sueño que se trazó apenas con sus ojos y labios una mañana de octubre...

Te he compartido esto porque no tengo más, porque el invierno y las ausencias se hacen de sombra larga mientras un poco de mí se congela hasta trozarse; te comparto porque no sé qué debe hacerse cuando no hay espacio para la palabra y hasta la palabra mejor es mala; te comparto porque como tú echo en falta un amor primordial, digno, revestido de una lucha que debe permitirnos bajar a otras aguas, al hades quizá y sólo entonces celebrarnos una sola espina echada a la suerte del universo.

Sabes que te llevo, con ese amor filial de los hermanos en la tierra que se acompañan. Guardo silencio contigo, te acompaño.

Con cariño, Géminis...

María Elena dijo...

Hermano leo tu carta a la distancia, sumergida sin forma, cubierta de frío, de rabia y zozobras que amenazan con consumirme poco a poco entre otras muertes y dolores necios, de meses.

Sabes? hace unas semanas me metí al mar hondo por primera vez en mi vida, en Colombia, sin boyas ni flotadores, con la confianza de no hundirme si permanecía en algo que los expertos llaman postura positiva (que consiste en recostar el cuerpo boca abajo sobre el agua con los brazos bien estirados); esa postura confirma que los cuerpos flotan en lugar de hundirse, pero se requiere paciencia para no escandalizarse y volver a la postura cuando sientes que el movimiento terco de las olas te va tragando.

Así llegué a un risco, acompañada de dos compañeros que practican buceo a pulmón libre desde hace años, que poco me conocían y estaban más al pendiente de disfrutar su propia actividad. También estaba una compañera quien fue la encargada de convencerme a nadar, aunque me ayudaba a concentrarme también necesitaba su propio espacio para no hundirse así que sólo de vez en cuando me tomaba la mano para decirme hasta qué profundidad podía llegar.

Al final, sin oxígeno y con un fuerte dolor en los oídos a causa de la presión pude descender unos siete metros bajo el agua, donde ya no se siente el calor de la playa y sólo está el azul cianótico del oceano cada vez más frío y tiránico.

Comprendí allá abajo que la muerte está instalada en cada uno de nosotros como una amante déspota que sólo en instantes muy breves nos deja saber de ella para endulzarnos la vida un poco, y ya vez, días más tarde volví a mi país con la frase en los labios de la compañera que ayudó a sumergirme diciendo que se aprende a bucear para no tener más miedo allá abajo. Regresé de ese dulce de vida a la muerte, irreversible y anónima que mi abuela y al rompimiento con aquel amor de quien alguna vez te dije "conocí al hombre de mi vida"

No olvido que fuiste tú -y nadie más, amigo- quien me abrió los ojos para ir con él, a alcanzar un sueño que se trazó apenas con sus ojos y labios una mañana de octubre...

Te he compartido esto porque no tengo más, porque el invierno y las ausencias se hacen de sombra larga mientras un poco de mí se congela hasta trozarse; te comparto porque no sé qué debe hacerse cuando no hay espacio para la palabra y hasta la palabra mejor es mala; te comparto porque como tú echo en falta un amor primordial, digno, revestido de una lucha que debe permitirnos bajar a otras aguas, al hades quizá y sólo entonces celebrarnos una sola espina echada a la suerte del universo.

Sabes que te llevo, con ese amor filial de los hermanos en la tierra que se acompañan. Guardo silencio contigo, te acompaño.

Con cariño, Géminis...

Pluma de Fénix Negro dijo...

Muchísimas gracias mi géminis.
Bien recibido el abrazo nubia, te mando otro para desearte buen año.